Conferencias Episcopales: Cartas Pastorales


Mensaje de los Obispos de las Antillas a los Sacerdotes de la región
Año Jubilar Sacerdotal

2009-2010



" 53ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de las Antillas”

Fort de Francia Martinica

Conferencia Episcopal de las Antillas


 


29 de abril de 2009


Los Obispos de la Conferencia Episcopal de las Antillas saludan a los sacerdotes de la Región: "Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos en nuestras oraciones; teniendo presente sin cesar vuestro trabajo de fe, y la labor de amor, y la paciencia de esperanza en nuestro Señor Jesucristo, a los ojos de Dios y Padre nuestro" (I Tes. 1,2-4). Vuestra vocación es noble, en la imitación de Jesucristo del que el escritor de los  Hebreos dice, "elegidos por Dios de entre los pueblos".

Para facilitar una profundización de la espiritualidad del servicio y testimonio sacerdotal, nosotros, los Obispos de la Conferencia, llevamos a vuestra atención el anuncio del "Año del Sacerdote" por nuestro Santo Padre, el Papa  Benedicto XVI. Se abrirá en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el 19 de junio de 2009. Se cerrará un año más tarde en la misma fecha con un Encuentro Mundial de Sacerdotes en Roma.

Pedimos que este año sea celebrado en cada diócesis de la Conferencia con seriedad y alegría. El tema del año es: "La fidelidad de Cristo, la fidelidad de los sacerdotes". El patrón del año es San Juan Vianney. 2009 es el 150 aniversario de su muerte. Fue un sacerdote que estuvo junto a sus fieles. Los visitó, les enseñó y los reconcilió.

Ya están en marcha tres niveles de planificación:

1) La Congregación para el Clero publicará una colección de textos del Santo Padre para la reflexión sobre temas esenciales para la vida sacerdotal y la misión en el mundo;

2) La Congregación para el Clero publicará un Directorio para confesores y los Directores Espirituales;

3) La Congregación para el Clero Diocesano en diálogo con los Obispos y Superiores de Institutos religiosos promoverá y coordinará iniciativas pastorales para ayudar a que las personas aprecien la misión de los sacerdotes en la Iglesia y ayuden a los sacerdotes a apreciar la necesidad de continuar la formación permanente y de asociar esa formación con los seminaristas.

La Sagrada Escritura, especialmente la enseñanza de Jesús a sus discípulos, las Cartas Pastorales de Pablo y la Carta a los Hebreos, junto con las fuentes mencionadas de espiritualidad proporcionarán material para las reuniones de los sacerdotes para su estudio y retiro, para la lectura espiritual y la reflexión y para la renovación y compromiso sacerdotal. Además, recomendamos que cada sacerdote lea reflexivamente el discurso del Santo Padre a la Congregación para el Clero, que se adjunta a la presente carta.

Por último, el Año del Sacerdote debería cuestionar a la totalidad del presbiterio de la Conferencia Episcopal de las Antillas a renovar su compromiso con el ministerio de reclutamiento de vocaciones al sacerdocio, a la atención de las vocaciones para el sacerdocio y para los que están al lado de los candidatos para el sacerdocio. Además, no olvidemos que las vocaciones se nutren de la Palabra de Dios y de la Eucaristía.

Una vez más, damos las gracias a los sacerdotes de la región por su colaboración al servir como testigos y tratar de construir juntos el reino por la santificación, la enseñanza y el pastoreo.

Firmado por los obispos de la Conferencia


Carta de los Obispos de Argentina
 a sus Sacerdotes en ocasión del Año Jubilar Sacerdotal

2009-2010



" Fidelidad de Cristo, Fidelidad del Sacerdote "





Conferencia Episcopal de Argentina






16 de mayo de 2009



Queridos hermanos:

Nos disponemos a comenzar el próximo mes de junio el "Año Sacerdotal especial", propuesto por el Papa Benedicto XVI al cumplirse los 150 años de la muerte del Santo Cura de Ars. El Santo Padre nos invita a meditar sobre la fidelidad de Cristo y la fidelidad del sacerdote. Por eso llegamos hasta ustedes para agradecerles su fidelidad ministerial, animarlos, e invitarlos a renovar la alegría de la fe, la firmeza de la esperanza y el gozo del ministerio recibido. Comprendemos y compartimos las dificultades y exigencias del tiempo que vivimos. Somos conscientes de que la mies es mucha y los trabajadores pocos. Sufrimos el sentimiento de impotencia ante tantas situaciones que nos desbordan. La profunda crisis que estamos viviendo, potencia los cuestionamientos morales. Nos duelen y lastiman las incoherencias en las que tantas veces incurrimos.
Sin embargo, en esta carta, como padres, hermanos y amigos, con ustedes damos gracias a Dios por el don inmenso del sacerdocio ministerial que hemos recibido de Jesucristo. También queremos dar gracias a ustedes, con quienes compartimos juntos la hermosa misión de anunciar el Evangelio en medio de tantas dificultades y desafíos. Deseamos que sientan nuestra cercanía; reconocemos y admiramos la entrega fiel y generosa de la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes. Nos sentimos especialmente cercanos a quienes atraviesan momentos de tribulación o viven su ministerio en situaciones de particular exigencia: periferias urbanas y rurales; soledad, enfermedad, pérdida de sentido de la acción pastoral; incomprensión y desaliento.
Como San Pablo decimos: Cristo "me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20). Y como "el amor de Cristo nos apremia" (2 Cor 5,14), sentimos la urgente necesidad de anunciar a otros la Buena Nueva hasta exclamar con el Apóstol: "Ay de mí si no predicara el Evangelio" (1 Cor 9,16).
Este amor de Dios, manifestado en Jesucristo, ha llegado a nosotros de manos de la Iglesia, que nos engendró a la fe y nos llamó al ministerio después de un largo, sereno y responsable discernimiento. El mismo amor de Dios se nos sigue manifestando cotidianamente, a través de la comunión presbiteral y del servicio al pueblo santo de Dios que es la razón de ser de nuestro ministerio.
En efecto, queridos hermanos, el sacerdocio es Misterio de Amor recibido y entregado, actualizado cada día en la celebración eucarística y en el don generoso de la propia vida "hasta el extremo" (Jn. 13,1). Es hermoso vivirlo con radicalidad, como todo amor verdadero. Por eso la Iglesia ha visto desde sus inicios una múltiple armonía entre sacerdocio y celibato y llama al ministerio presbiteral a quienes han recibido y aceptado libremente vivir este fecundo carisma de entrega total. Asumidos por Cristo Cabeza y Esposo, los sacerdotes estamos llamados a ser signos fecundos del amor de Cristo a su Iglesia, pastores y padres de la comunidad. Esta verdad sólo se puede comprender y vivir a la luz de la fe, animada por el fervor de la caridad, en la espera gozosa de la plenitud del cielo.
Pero como todo amor humano es vulnerable, -"llevamos este tesoro en recipientes de barro" (2 Cor 4,7)-, necesitamos también acoger la invitación de San Pablo a Timoteo: "te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos" (2 Tim, 1,6). La lectura orante y la predicación de la Palabra de Dios; la celebración gozosa de la Eucaristía y de toda la liturgia; el servicio fiel, paciente y generoso a los fieles, sobre todo a los pobres y enfermos, son el camino indispensable para ir forjando cada día más en nosotros los sentimientos y la imagen de Jesús, el Buen Pastor.
En este año de gracia, los sacerdotes recogemos el testimonio de san Juan María Vianney, modelo de pastor siempre actual. También evocamos al Venerable José Gabriel Brochero y al Siervo de Dios Eduardo Pironio y a tantos sacerdotes, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor, que nos han precedido en el ministerio, han sembrado la Palabra de Dios y han derramado la vida nueva de la redención a lo largo y a lo ancho de nuestra Patria. Ellos nos ayudan con su intercesión y nos estimulan con su ejemplo para continuar nuestro camino y cumplir la misión que recibimos del Señor Jesús: dar testimonio de la Buena Noticia de la gracia de Dios...(Hch 20,24). Que nuestra humilde fidelidad sea causa de alegría y de paz para nuestros hermanos.
Encomendamos la vida y el ministerio de cada uno de ustedes a la ternura maternal de la Virgen de Luján y los abrazamos con afecto y gratitud.
Los obispos de Argentina


Carta de los Obispos de Bolivia

Año Jubilar Sacerdotal

2009-2010


“La Conferencia Episcopal Boliviana da su mensaje al pueblo de Dios"


Conferencia Episcopal de Bolivia




20 de abril de 2010


Pedimos a los que tienen autoridad y a todos los ciudadanos e instituciones, combatir, sin escatimar esfuerzos, el creciente flagelo del narcotráfico, la producción y consumo de drogas, que tanto daño hacen a los jóvenes y a la sociedad. - Urge tomar medidas frente al deterioro de la convivencia social, con el incremento de la inseguridad ciudadana, la delincuencia y la violencia que originan la muerte de muchos bolivianos y que expresan el poco respeto a la vida y a la dignidad de las personas, como hijos de Dios. - Se multiplican hechos de manipulación de la justicia, provocando un ambiente de sospecha y persecución que atemorizan a los ciudadanos, además de ahondar la desconfianza en los organismos judiciales.

Cochabamba, 21 de abril de 2010.- Con la lectura del mensaje al Pueblo de Dios ha concluido esta mañana la LXXXIX asamblea de los Obispos de Bolivia reunidos en la ciudad de Cochabamba. La cita bíblica de Juan 6,20 "Soy yo, no tengan miedo" encabeza este mensaje que describe la reflexión de los Obispos durante estos días de Asamblea en diversos temas como la situación de cambio en el país, la misión permanente, educación y la cumbre del cambio climático entre otros.

SOY YO, NO TENGAN MIEDO” (Jn 6,20)

Los Obispos de Bolivia, reunidos del 15 al 20 de abril en la LXXXIX Asamblea Plenaria, les saludamos con las palabras del Señor: “Soy yo, no tengan miedo”.

La presencia de Jesús Resucitado, que hemos celebrado en esta Pascua, nos llena de paz y esperanza. Nos alegra la participación del pueblo en las celebraciones de Semana Santa, demostrando su profunda fe y religiosidad popular a través del acompañamiento al Señor.

También nos reconforta la gran participación ciudadana en las últimas elecciones. Esto manifiesta la confianza de la mayoría en el proceso democrático que vive el país.

I.- LA SITUACIÓN DE CAMBIO QUE VIVE EL PAÍS

A la luz de la fe hemos reflexionado sobre la realidad, y somos conscientes de que vivimos tiempos de cambios profundos, que, junto a tantos logros, traen también grandes desafíos. Señalamos algunos de los aspectos más preocupantes que necesitan de acciones decididas de parte de todos, para superar las amenazas a la democracia y, en general, a la vida del país.

- Pedimos a los que tienen autoridad y a todos los ciudadanos e instituciones, combatir, sin escatimar esfuerzos, el creciente flagelo del narcotráfico, la producción y consumo de drogas, que tanto daño hacen a los jóvenes y a la sociedad.

- Urge tomar medidas frente al deterioro de la convivencia social, con el incremento de la inseguridad ciudadana, la delincuencia y la violencia que originan la muerte de muchos bolivianos y que expresan el poco respeto a la vida y a la dignidad de las personas, como hijos de Dios.

- Se multiplican hechos de manipulación de la justicia, provocando un ambiente de sospecha y persecución que atemorizan a los ciudadanos, además de ahondar la desconfianza en los organismos judiciales.

- La polarización entre fuerzas políticas ha provocado susceptibilidades en estas últimas elecciones, generando un clima de tensión e intolerancia que conspira contra la convivencia pacífica. Nos hacemos eco del clamor del ciudadano de a pie y de la gente sencilla, que con su sabiduría popular, con su trabajo sacrificado busca desactivar el enfrentamiento, la descalificación y la discriminación política.

- La necesidad de una mayor responsabilidad respecto a la conservación adecuada del Medio Ambiente. La Iglesia quiere ser testimonio de defensa y cuidado de la creación de Dios, como lo hemos afirmado en las Cartas Pastorales sobre la “Tierra, Madre fecunda para todos” y el “Agua, fuente de vida, y don para todos”. Al mismo tiempo, saludamos y deseamos que la Iª Cumbre Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra, que se realiza en nuestro país, contribuya a salvaguardar la naturaleza.

II.- GARANTIZAR LA LIBERTAD DE LA EDUCACIÓN

La Iglesia ha desarrollado a lo largo de la historia una gran labor educativa, de manera particular en los lugares más apartados de nuestro país. Ésta es su misión. Misión que anhela cumplir también en el contexto que diseñará la nueva Ley de Educación.

Reconocemos que el Estado, en los últimos años, ha invertido mucho en la educación de los niños y de los jóvenes, sobre todo en infraestructura educativa. Esfuerzos que esperamos den sus frutos en beneficio de la sociedad boliviana.

Sin embargo, nos hemos encontrado con la seria dificultad de que autoridades educativas de diferentes niveles quieren imponer a los establecimientos educativos de Convenio sus criterios y su personal, no reconociendo nuestro derecho a elegir el cuerpo docente de las obras católicas.

También está en riesgo el que la Iglesia siga formando maestros, al igual que las otras Escuelas Superiores de formación. Por último, existe el peligro de no poder ofrecer la educación religiosa que esperan los padres de familia para sus hijos, como primeros responsables de su educación.

De darse estos lamentables e injustos hechos, se limitaría el pluralismo de pensamiento y la libertad de enseñanza garantizados por la Constitución Política del Estado.

III.- RECONCILIÉMONOS ENTRE LOS BOLIVIANOS

Hay situaciones tensas que crean un ambiente de desconfianza, de recelo ante el otro, de división en nuestras familias y en nuestra sociedad, y que suscitan temores que impiden expresar las ideas con libertad.

La Iglesia, defensora de los derechos de la persona y del bien común, no puede quedarse indiferente ante estos hechos y debe ser ella misma signo de unidad e instrumento de reconciliación, para hacer realidad la Vida Nueva que nos trae Cristo Resucitado.

Al mismo tiempo, hacemos un llamado a los distintos sectores de la sociedad a dejar de lado las divergencias y deponer actitudes de intransigencia, incentivando el respeto mutuo, el diálogo y la concertación como expresiones de una verdadera y auténtica búsqueda de entendimiento y reconciliación entre los bolivianos, para que, como nos pide el Señor, el perdón venza al odio, y nuestro país logre alcanzar la deseada unión.



IV.- LA MISIÓN PERMANENTE, TAREA APREMIANTE

Otro tema importante sobre el que hemos reflexionado en nuestra Asamblea, ha sido la evaluación del avance de la Misión Permanente que lanzamos hace un año. Después de esta etapa de concientización, nuestra Iglesia tiene un nuevo desafío: hacer de cada bautizado un fiel discípulo y apasionado misionero. Por lo tanto, hoy, les convocamos a ser testigos de Jesucristo ahí, donde se encuentran.

Nuestra convocatoria ha despertado el entusiasmo e interés de nuestros fieles en la producción y difusión de subsidios, en las Asambleas Diocesanas y encuentros sectoriales. Hay en ellos un gran deseo de profundizar en el conocimiento, amor y seguimiento a Jesús.

Estamos concluyendo el Año Sacerdotal convocado por el Papa Benedicto XVI para tomar conciencia de la importancia de este servicio ministerial dentro de la comunidad cristiana. Hemos orado por ellos y con ellos, pidiendo la santidad de vida y la entrega generosa en su ministerio presbiteral. En el mes de julio, la Conferencia del Clero de Bolivia celebra 25 años de su creación al servicio de la comunión de los Presbiterios Diocesanos. Felicidades por este acontecimiento tan importante en la vida de nuestra Iglesia.

En relación con este tema, reflexionamos sobre la pastoral vocacional, que despierta entre los jóvenes una búsqueda y discernimiento acerca del llamado del Señor a la vida sacerdotal y religiosa. La tarea pastoral nos hace constatar la necesidad de contar con más candidatos a la vida presbiteral y consagrada. Esta realidad vocacional no puede ser preocupación sólo de nosotros, los pastores, sino de todos. Debemos tomar conciencia y orar para que el Señor envíe más obreros a su mies. Es una vocación que debe nacer en la familia, en los grupos de la pastoral juvenil y en el testimonio de los mismos cristianos.

En este espíritu eclesial, recordamos al querido hermano Mons. Roger Aubry, fallecido recientemente, como ejemplo de una vocación misionera, de amor al Señor y a su pueblo del Vicariato de Reyes, que nos impulsa a seguir sus pasos en el fascinante camino de la misión.

No quisiéramos terminar sin hacer una ferviente invitación a todas nuestras comunidades a celebrar los 50 años de Hermandad con la Iglesia en Tréveris, posteriormente fortalecida con la Iglesia en Hildesheim, Hermandad que tanto ha contribuido a fomentar la comunión, la fraternidad y la misión.
Por intercesión de la Virgen María, que el Señor Resucitado bendiga a nuestro pueblo dándole valor para vencer los miedos y testimoniar su compromiso cristiano.

Cochabamba 20 de abril de 2.010
 


Carta de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Chile
a los Sacerdotes con motivo del Año Sacerdotal

2009-2010



“La respuesta al don de la vocación es la entrega total:
 un acto de amor sin reservas”


Conferencia Episcopal de Chile





Martes 16 de junio de 2009


Queridos hermanos:
Nos disponemos a celebrar, a partir de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el "Año Sacerdotal especial" propuesto por el Papa Benedicto XVI con ocasión de los 150 años de la muerte de San Juan María Vianney. Desea el Santo Padre que este Año sea una ocasión "para favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio". El lema elegido por el Papa para la ocasión va en esa dirección: "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote" (Benedicto XVI, Alocución a los miembros de la Congregación para el Clero del 16 de marzo de 2009 y Carta a los Obispos del Prefecto de dicha Congregación del 3 de abril de 2009).En esta feliz circunstancia les escribimos en primer lugar para agradecer junto con ustedes el don inmenso e inmerecido del sacerdocio que hemos recibido. Compartimos con ustedes el sacramento del Orden y recordamos con emoción el día de nuestra ordenación presbiteral y lo que entonces se nos dijo: "Dios, que comenzó en ti esta obra buena, Él mismo la lleve a término". En este año queremos pedir especialmente para todos nosotros que el Padre Dios, por la abundancia del don de su Espíritu, nos permita ir completando el proyecto de vida santa que Él nos tiene preparado "ejerciendo sincera e incansablemente el ministerio" ("Presbyterorum Ordinis", 13). Queremos, también, agradecerles muy de corazón su generosa entrega y colaboración pastoral en bien del Pueblo de Dios y su lealtad para con nosotros, sus obispos. Así, formando un presbiterio cada día más unido afectiva y efectivamente se irán sumando y multiplicando los dones y carismas con que el Señor nos ha enriquecido a cada uno, y nuestras limitaciones y defectos se irán restando, todo ello para el bien de la Iglesia y del mundo al que nos toca servir. Estamos muy conscientes, queridos hermanos, de los grandes desafíos que hoy se presentan en la vida y ministerio de los presbíteros. Sabemos que hay quienes pasan por grandes tribulaciones y dificultades. Queremos estar cerca de ellos, apoyarlos y expresarles nuestro cariño y preocupación de padres, hermanos y amigos. Y recordamos junto con ustedes las hermosas y alentadoras palabras de San Pablo: "misteriosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos.... llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros" (2 Corintios 4, 1. 7). Pero no olvidemos que para ser fieles, particularmente en las actuales circunstancias, tenemos que tomar conciencia clara de "la insuficiencia de nuestros recursos humanos, el escaso valor de nuestras facultades para la misión que Cristo ha confiado a los ministros de su Iglesia". Y que "la respuesta que corresponde a este don no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas. La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (Cf. Ap. 2,4), sino en avivarlo, en hacer que crezca cada día" (Juan Pablo II a los sacerdotes de Chile en la Catedral de Santiago, 1 de abril de 1987).
El Santo Padre Benedicto XVI nos ha convocado a este "Año Sacerdotal especial" para que volvamos a admirar la hermosa figura sacerdotal de San Juan María Vianney y aprender de él las virtudes propias de un pastor que, a ejemplo de Jesucristo, dio la vida por sus ovejas. Su vida de larga oración y penitencia, la devota celebración diaria de la Eucaristía, su amor tierno y filial a la Virgen Santísima, su disposición a ayudar a los hermanos sacerdotes, la disponibilidad permanente para acoger a quienes lo buscaban, especialmente en el sacramento de la Penitencia, son un modelo para nosotros. Es cierto que las circunstancias han cambiado enormemente desde aquel tiempo hasta nuestros días y no podemos imitar "al pie de la letra" al Santo Cura de Ars. Es cierto que hoy es indispensable buscar nuevos modos de vida sacerdotal y de ejercicio del ministerio presbiteral, conforme a lo que nos han pedido el Concilio Vaticano II, los Sumos Pontífices de nuestro tiempo y los Obispos de América Latina y El Caribe. Pero ciertamente el amor y la intensidad espiritual con que este gran santo vivió su sacerdocio siguen siendo un modelo muy válido para todos nosotros y para los jóvenes que se preparan al ministerio.

En este año de gracia, recordemos con gratitud a todos los sacerdotes que han sido importantes en nuestra vida, particularmente en el crecimiento de nuestra vocación, y encomendémoslos al Señor. Recordemos, también, con afecto, a los hermanos que han dejado el ministerio. Oremos por los hermanos sacerdotes ancianos, enfermos y sufrientes, para que el Señor los fortalezca en sus tribulaciones. Acudamos una vez más a nuestro gran santo, modelo e intercesor, San Alberto Hurtado. Releer su vida y sus escritos nos ayudará a volver a entusiasmarnos en la santa vocación y ministerio que el Padre Dios nos ha confiado.

Encomendándolos a la ternura maternal de la Virgen, Madre especialísima de los sacerdotes, les saludamos con afecto y gratitud,

EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE

† Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua. Presidente
† Gonzalo Duarte García de Cortázar, Obispo de Valparaiso. Vice-Presidente
† Francisco Javier Errázuriz Ossa, Cardenal Arzobispo de Santiago
† Ricardo Ezzati Andrello, Arzobispo de Concepción
† Santiago Silva Retamales Obispo Auxiliar de Valparaíso. Secretario General

Santiago, Junio de 2009


Carta de los Obispos de la Conferencia Episcopal Española

a los Sacerdotes con motivo del Año Sacerdotal

2009-2010



Conferencia Episcopal de Española





Viernes 27 de noviembre de 2009


Queridos hermanos sacerdotes:

Reunidos en Asamblea Plenaria en el Año Sacerdotal, los obispos os recordamos en nuestra oración y damos gracias a Dios por todos vosotros: por el don de vuestra vocación, que es regalo del Señor, y por vuestra tarea, respuesta en fidelidad. Una fidelidad que manifestáis a diario con el testimonio de vuestra vida y con la dedicación de cada uno al anuncio del Evangelio, a la edificación de la Iglesia en la administración de los Sacramentos y al servicio permanente de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Damos gracias al Señor, porque seguís con la mano puesta en el arado, a pesar de la dureza de la tierra y de la inclemencia del tiempo.

Esperamos que este Año Sacerdotal produzca abundantes frutos en consonancia con los objetivos propuestos por el Papa Benedicto XVI: «Promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo»; «favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio»; «para hacer que se perciba cada vez más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea» [1].

En nuestra Asamblea hemos reflexionado y dialogado sobre la vida y el ministerio de los presbíteros en España, deseosos de seguir buscando juntos, con la ayuda del Espíritu Santo, las actuaciones pastorales necesarias que respondan a las diversas situaciones que nos afectan a los obispos y presbíteros como pastores de la Iglesia.

Más que una enseñanza completa sobre nuestro ministerio, queremos ofreceros un mensaje de esperanza con la invitación a que volváis de nuevo a la abundante doctrina sobre el sacerdocio que nos ofrecen el Concilio, el Magisterio Pontificio y los documentos de la Conferencia Episcopal. Os invitamos a leerlos y meditarlos de nuevo y, sobre todo, a llevarlos a la vida.

1.      «Vosotros sois mis amigos» (Jn 15, 14)

Estamos convencidos, y también vosotros, de que nuestra vida y ministerio se fundamentan en nuestra relación personal e íntima con Cristo, que nos hace partícipes de su sacerdocio. Esta vinculación Jesús la sitúa en el ámbito de la amistad: «Vosotros sois mis amigos», nos dice.
Hoy escuchamos estas mismas palabras. La iniciativa partió de Él. Fue Jesús quien nos eligió como amigos y es en clave de amistad como entiende nuestra vocación. Llamó a los apóstoles «para estar con Él y enviarlos a predicar» (Mc 3, 14). Lo primero fue «estar con Él», convivir con Él, para conocerle de cerca, no de oídas. Él les abrió el corazón. Como amigo, nada les ocultó. Ellos pudieron conocer, incluso, su debilidad, su cansancio, su sed, su sueño, su dolor por la ingratitud o por el rechazo abierto, el miedo en su agonía... Conocerle a Él, en esta experiencia de amistad, supera todo conocimiento, afirma san Pablo (cf. Flp 3, 8-9).

Esta amistad, nacida de Jesús y ofrecida gratuitamente, es un don valioso y espléndido. Es una experiencia deseada y generadora de «vida y vida abundante». Lo primero es conocerle y amarle personalmente. El conocimiento y el amor nos hacen testigos: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, […] os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1, 3-5).

El Señor nos envía a «ser sus testigos». En la Evangelii nuntiandi leemos que el mundo de hoy atiende más a los testigos que a los maestros, y que, si atiende a los maestros, es porque son testigos [2]. Con la fuerza del Espíritu Santo, los apóstoles confesarán después de la Pascua: «Somos testigos» (Hch 3, 15). También nuestro mundo necesita hoy que los sacerdotes salgamos a su encuentro diciendo «somos testigos», «lo que hemos visto y oído os lo anunciamos». La fuente de este anuncio está en la intimidad con Jesús: «El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible» [3].

El Santo Padre, en la Carta de convocatoria del Año Sacerdotal, nos invita a «perseverar en nuestra vocación de amigos de Cristo, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él». Una clave fundamental para vivir este Año Sacerdotal ha de ser «renovar el carisma recibido», lo que implica «fortalecer la amistad con el amigo». En la homilía de la Misa Crismal de 2006, nos decía el Papa: «Ya no os llamo siervos, sino amigos: en estas palabras se podría ver incluso la institución del sacerdocio. El Señor nos hace sus amigos: nos encomienda todo; nos encomienda a sí mismo, de forma que podamos hablar con su “yo”, “in persona Christi capitis”. ¡Qué confianza! Verdaderamente se ha puesto en nuestras manos… Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo del ser sacerdote: llegar a ser amigo de Jesucristo. Por esta amistad debemos comprometernos cada día de nuevo».

El trato con el Señor tiene un nombre, dice el Papa: la oración, «el monte de la oración». «Sólo así se desarrolla la amistad…». Queridos sacerdotes: «sólo así podremos desempeñar nuestro ministerio; sólo así podremos llevar a Cristo y a su Evangelio a los hombres». La expresión del Papa es rotunda: la oración del sacerdote es acción prioritaria de su ministerio. «El sacerdote debe ser, ante todo, un hombre de oración», como lo fue Jesús. Esta oración sacerdotal nuestra es, a la vez, una de las fuentes de santificación de nuestro pueblo. Lo expresamos mediante la Liturgia de las Horas que se nos encomendó el día de nuestra ordenación diaconal. Esto fue lo que vivió el santo Cura de Ars con las largas horas de oración que hacía ante el sagrario de su parroquia.

«Amistad significa también comunión de pensamiento y de voluntad» [4]. El poder de la amistad es unitivo. Los primeros cristianos hablaban de «tener los sentimientos de Cristo», que se asimilan con el trato, la escucha, el amor. Nos acreditamos como sacerdotes en la amistad e intimidad con Jesús. Él nos comunica sus sentimientos de Buen Pastor. Esta realidad no se vive, no se disfruta de modo inconsciente o rutinario, sino con el esfuerzo necesario, con la esperanza en Él, con su gracia y con ilusión compartida.

Esta amistad es expresión de la fidelidad de Dios para con su pueblo y reclama nuestra fidelidad, que es una nota del amor verdadero. La fidelidad brota espontánea y fresca de la amistad sincera. En la fidelidad el primero es el otro. Nosotros somos sacerdotes por la amistad indecible de Jesús, una amistad que exige gratitud y reconocimiento de su señorío: escucharle, no ocultarlo, transparentarlo, darle siempre el protagonismo. Él ha de crecer y nosotros menguar. La fidelidad reclama, a la vez, perseverancia, porque la fidelidad es el amor que resiste el desgaste del tiempo.

Somos conscientes de que esta amistad, núcleo de nuestra vida y ministerio, «es tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4, 7); reconocemos nuestras fragilidades y pecados; nuestras manos son humanas y débiles. Sin embargo, confesamos con María, nuestra Señora, que en los pobres y débiles Dios sigue haciendo obras grandes.

Queridos sacerdotes: el Año Sacerdotal es una ocasión propicia para agradecer, profundizar y dar testimonio de nuestra amistad con Jesús, y repetir con el salmista: «Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad» (Sal 16). Y no olvidemos que la satisfacción y alegría por el ministerio sacerdotal es una clave fundamental de la pastoral vocacional...

2.      «Se la carga sobre los hombros, muy contento» (Lc 15, 5)

Los mismos que fueron llamados para «estar con Él» fueron «enviados a predicar». La misión apostólica es constitutiva de la vocación. Nuestra misión es la del propio Jesús: «Como el Padre me envió, así os envío yo»; y ha de llevarse a cabo como lo hizo Jesús: «Yo soy el buen pastor».

La imagen del «buen pastor», recordada y admirada en las primeras comunidades en referencia a Cristo Resucitado y presente en medio de su Iglesia, sirvió también para identificar a los que en nombre de Cristo cuidaban de la comunidad cristiana: «Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios» (Hch 20, 28).
La tarea del pastor es cuidar, guiar, alimentar, reunir y buscar. Buscar es hoy especialmente necesario. Desde el seno del Padre, el Señor vino a buscar a la humanidad perdida [5]. La parábola del buen pastor da fe de ello y en la parábola del buen samaritano el hombre apaleado en el camino representa a la humanidad caída, ante la que, conmovido, Cristo se inclina, la cura y levanta. Él vino a buscar a los alejados y a ofrecerles el amor de Dios. Vino a buscar la oveja perdida y, compadecido, se la echó al hombro lleno de alegría, como narra san Lucas. Buscó a los dos de Emaús, la misma tarde de Pascua. Buscó a los apóstoles en su miedo y desilusión y les regaló el soplo del Espíritu Santo. También hoy Jesús sale cada día a buscarnos y no deja de enviarnos la fuerza de su Espíritu, principal agente de la evangelización [6]

Buscar es hoy tarea del buen sacerdote. Nuestros rediles decrecen. Las palabras «también tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir» (Jn 10, 16) siguen resonando en nuestro corazón. «Salid a buscar», decía el rey, para celebrar la boda de su Hijo (cf. Lc 14, 21). Todos los hombres son ovejas del rebaño que Dios ama. Por tanto, siguiendo las huellas de Jesucristo, el pastoreo del sacerdote no es sedentario, sino a campo abierto. Por eso nos sentimos tan orgullosos de los sacerdotes que anuncian el Evangelio en otros países.

Buscar es trabajo misionero. Se nos preparó a muchos, preferentemente, para cuidar una comunidad ya constituida. Hoy, en cambio, cuando en muchos de nosotros ha aumentado la edad, además de cuidar la comunidad existente, el Señor nos pide «conducir otras ovejas al redil». Es tiempo de «nueva evangelización» y de primer anuncio en nuestro propio territorio. En esta tarea, la comunidad y el pastor, a la vez, han de ser hoy los misioneros. De aquí que el buen sacerdote sea consciente, y sepa bien, en qué medida ha de apoyar a los laicos y contar con ellos. Asimismo, ha de unir esfuerzos con los distintos carismas de la vida consagrada. De todo ello nos habla el Papa en su Carta del Año Sacerdotal.

Pedía el Señor, por otra parte, que el Padre no nos saque del mundo. Los sacerdotes, como el propio Cristo, estamos en el mundo y somos para el mundo, sin ser del mundo. Así lo pidió Jesús al Padre en la última cena con los apóstoles. La Iglesia está plantada en el mundo y es para los hombres, pero no es del mundo. Así somos los pastores. Y aprendemos de Jesús que: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único… Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 4, 16-17). Esta misión, en muchas ocasiones, es dolorosa para nosotros por las circunstancias en que la hemos de realizar, y esto nos une a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Confiando en la palabra de Cristo, recordamos en los momentos de dolor que el Señor prometió la bienaventuranza a los perseguidos, a los que sufren, a los que lloran.

Sabemos que somos instrumento sacramental de la acción salvadora de Cristo, y en consecuencia hemos de ser con nuestra vida transparencia del amor de Dios que salva al mundo amando a los hermanos. La respuesta diaria de Dios a un mundo alejado, de espaldas a su amor, es seguir enviando a su Hijo Único para salvarlo. Esto se realiza de modo pleno en la celebración de la Eucaristía, en la que el Hijo se ofrece al Padre por la salvación del mundo. Testigos excepcionales de ello somos los sacerdotes, no sólo con la celebración litúrgica, sino haciendo de nuestra vida, «por Cristo, con Él y Él», una ofrenda permanente. Dice el Papa, citando al santo Cura de Ars: «Siempre que celebraba tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: ¡cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!» [7].

Queremos compartir con vosotros que el corazón del sacerdote que fija la mirada en Jesús está lleno de amor, amor que tiene un nombre extraordinario: misericordia. San Lucas pone nuestra perfección en ser «misericordiosos», como el Padre lo es. Y comentaba el Papa Juan Pablo II que «fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para la humanidad» [8]. Si esto es así, el futuro del mundo pasa por la misericordia de Dios, de la que nosotros somos ministros, especialmente en el sacramento de la Reconciliación. Nosotros hemos de recibir frecuentemente en este sacramento el perdón y la misericordia de Dios que nos renuevan. Regatear esfuerzos en el ejercicio de la misericordia, tanto en la vida de cada día como en la disponibilidad para ofrecer a otros el sacramento de la Reconciliación, es restarle futuro al mundo. El sacerdote, como Cristo, es icono del Padre misericordioso.

Dice san Juan que Cristo murió «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Él es el Pastor que dio la vida para reunir el rebaño. El sacerdote, que prolonga la misión de Cristo, tiene también la misión esencial de «reunir», es decir, ser ministro de comunión, hasta dar la vida si es preciso. La fidelidad al Buen Pastor nos sitúa en la expresión suprema de la amistad: dar la vida, ¡cuánto más el prestigio o una situación cualquiera! Dar la vida como a diario hacéis, porque «el discípulo no es más que su maestro».

¡Cuántas veces, como sacerdotes, tenemos que llevar la cruz en el ministerio! Bendita Cruz de Cristo, que siempre estará presente en nuestras vidas. Llevando la cruz participamos de un modo especial en el ministerio.

Hoy suena igualmente con fuerza la oración de Jesús: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Hasta cinco veces aparece esta petición en la oración sacerdotal. La pasión por la unidad es necesaria en la vida de un presbítero, si no quiere renunciar a su identidad de pastor. Pasión por la unidad y por la comunión con el obispo, también con los hermanos presbíteros, con los laicos y con las personas de vida consagrada. Pasión por la unidad y por la comunión de toda la Iglesia diocesana y de la Iglesia entera bajo la guía del Sucesor de Pedro, evitando toda desafección y alejamiento. Servir hoy a la comunión es una señal clara de nuestra fidelidad a Cristo, Buen Pastor.

Estamos llamados a vivir todo esto en el ejercicio de la caridad pastoral, la virtud que anima y guía la vida espiritual y ministerial del sacerdote. Con ella imitamos a Cristo, el Buen Pastor, con ella le somos fieles y con ella unificamos nuestra vida, amenazada de dispersión. Gracias a la caridad pastoral nuestro ministerio, más allá de un conjunto de tareas, se convierte en fuente privilegiada de nuestra santificación personal.

3.      Queridos sacerdotes: «Cristo nos necesita»

«Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina», decía el santo Cura de Ars. Benedicto XVI, recogiendo esta cita en su Carta con motivo del Año Sacerdotal, subraya: «Hablaba del sacerdocio como si no fuera posible llegar a percibir toda la grandeza del don y de la tarea confiados a una criatura humana».

Como sacerdotes, y con nuestros sacerdotes, queremos cantar, con humildad pero a la vez con voz potente, como María, nuestro propio Magnificat. El testimonio de la vida entregada de la inmensa mayoría de los sacerdotes es un motivo de alegría para la Iglesia y una fuerza evangelizadora en nuestras diócesis y cada una de sus comunidades, donde se admira y se reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida. Ellos son también un regalo para el mundo, aunque a veces no se les reconozca. Verdaderamente, vosotros, los sacerdotes, sois importantes no sólo por lo que hacéis, sino, sobre todo, por lo que sois. Por eso queremos recordar con afecto entrañable y gratitud sincera a los sacerdotes ancianos y enfermos que siguen ofreciendo con amor su vida al Señor. ¡Ánimo a todos! La gracia de Cristo nos precede y acompaña siempre. Él va delante de nosotros.

En este momento, con satisfacción, traemos a nuestra memoria y a nuestro corazón, y hacemos nuestras las palabras de Juan Pablo II en Pastores dabo vobis: «Vuestra tarea en la Iglesia es verdaderamente necesaria e insustituible. Vosotros lleváis el peso del ministerio sacerdotal y mantenéis el contacto diario con los fieles. Vosotros sois los ministros de la Eucaristía, los dispensadores de la misericordia divina en el sacramento de la Penitencia, los consoladores de las almas, los guías de todos los fieles en las tempestuosas dificultades de la vida. Os saludamos con todo el corazón, os expresamos nuestra gratitud y os exhortamos a perseverar en este camino con ánimo alegre y decidido. No cedáis al desaliento. Nuestra obra no es nuestra, sino de Dios. El que nos ha llamado y nos ha enviado sigue junto a nosotros todos los días de nuestra vida, ya que nosotros actuamos por mandato de Cristo» [9].

«Ahí tienes a tu Madre». Desde la Cruz, Jesús nos entregó a María, discípula perfecta y Madre de la unidad, indicándole al discípulo amado: «Ahí tienes a tu Madre» (Jn 19, 27). Cada discípulo está invitado a «recibirla en su casa». Invocamos a María, Madre de los sacerdotes, con esta bella oración conclusiva de Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis:

«Madre de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo, acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y ministerio, oh, Madre de los sacerdotes. Amén».

Queridos hermanos sacerdotes, queremos concluir este mensaje con la invitación que el Papa nos hace al final de su Carta para el Año Sacerdotal: Dejaos conquistar por Cristo. Recibid el saludo afectuoso y fraterno en el Señor de vuestros obispos.

Madrid, 27 de noviembre de 2009


[1] Cf. BENEDICTO XVI, Carta para la Convocatoria del Año Sacerdotal (16 de junio de 2009), y Discurso a la Congregación para el Clero (16 de marzo de 2009).
[2] Cf. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 41.
[3] PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 76.
[4] BENEDICTO XVI, Homilía de la Misa Crismal de 2006.
[5] Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, 7.
[6] PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 75.
[7] BENEDICTO XVI, Carta para el Año Sacerdotal.
[8] BENEDICTO XVI, Homilía en la consagración del Santuario de la Divina Misericordia (17 de agosto de 2002).
[9] JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, 4.




Carta de los Obispos de Guatemala
a sus Sacerdotes en ocasión del Año Jubilar Sacerdotal
2009-2010


“Fidelidad de Cristo, Fidelidad del Sacerdote”


Conferencia Episcopal de Guatemala




Agosto 2009


INTRODUCCIÓN:
“Has hecho de nosotros un reino sacerdotal, para gloria de Dios Padre”
(Ap 1, 6)

Queridos hermanos Sacerdotes:

Hemos culminado recientemente el Año Jubilar Paulino al que fuimos convocados por el Santo Padre Benedicto XVI. Podemos afirmar con alegría que para todo el Pueblo de Dios en Guatemala esa celebración ha sido un momento de gracia abundante. En él, contemplando la experiencia de Cristo en la vida del Apóstol Pablo, fuimos invitados con nuestras comunidades diocesanas y parroquiales, a profundizar nuestro propio “encuentro personal” con Jesucristo vivo, así como a vivir el camino del discipulado y la misión en fidelidad a Aquel que nos eligió, nos justificó y nos glorificará (cf Rm 8, 30)[1]. Con San Pablo hemos afirmado con alegría nuestro seguimiento vocacional del Señor, de quien nada podrá separarnos: ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni los peligros, ni la espada (cf Rm 8, 35). También se ha afirmado nuestra vocación como Iglesia misionera, capaz de proclamar con el Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1Co 9, 16). En otras palabras, nuestra identidad cristiana se ha visto renovada en aquella doble vertiente de discipulado y de misión[2] que abre horizontes riquísimos en nuestro ministerio al servicio del Evangelio de la Vida, que es Cristo el Señor (cf Rm 1, 1).
Ahora, un nuevo regalo del Papa Benedicto XVI enriquece nuestro caminar como Iglesia Universal y como Iglesia en Guatemala: la convocatoria al Año Jubilar Sacerdotal en el 150 Aniversario de la muerte del San Juan María Vianney (1786 - 1859), recordado precisamente por su pastoral intensa como el “Santo Cura de Ars”[3] Todos los miembros del Pueblo de Dios estamos invitados a meditar sobre el don del Sacerdocio que el Señor ha concedido a la Iglesia[4]. Pero de modo especial, quienes hemos sido llamados al Ministerio Sacerdotal podemos ahora enriquecernos de nuevo al contemplar la gratuidad de nuestra elección y el destino maravilloso de nuestro servicio: No me eligieron ustedes a mí, sino yo los elegí a ustedes y los he destinado para que den fruto abundante (cf Jn 15,16), tal y como lo percibía el mismo Apóstol Pablo: Soy lo que soy por la gracia de Dios (1Co 15, 10).
Al unirnos a todas las diócesis y presbiterios del mundo para meditar con el Sucesor de Pedro sobre la figura concreta del Santo Cura de Ars, tal y como lo hicimos con San Pablo, queremos involucrarnos como obispos y compartir con todos ustedes, hermanos nuestros muy queridos. Ustedes, con su quehacer cotidiano, en su ministerio y vida en las Parroquias y comunidades cristianas de Guatemala son quienes viven aquel “ministerio de gracia”, como lo llama Pablo (cf 1Co 15, 10), en condiciones a veces difíciles y dignas de aprecio y gratitud por nosotros, sus hermanos Obispos. Reciban, pues, esta reflexión fraterna que sale de nuestro corazón. Con ella queremos hacerles llegar un sencillo signo de la caridad que nos une por el Sacramento del Orden[5]: ustedes son nuestros más preciados colaboradores y hermanos, con quienes compartimos la común vocación al servicio de la reconciliación del mundo con Dios (cf 2Co 5, 4ss), con ustedes “caminamos en lo cotidiano” de la vida de nuestras diócesis y parroquias[6], y son ustedes a quienes de modo privilegiado debemos nuestra labor episcopal y nuestra propia alegría ministerial[7].

NUESTRA GRATITUD Y NUESTRO
COMPROMISO HACIA LOS
SACERDOTES DE GUATEMALA

“Doy gracias a Dios, cuando continuamente, me acuerdo de ti en mis oraciones”

(cf 2Tm 1, 3)

Durante este Año Sacerdotal, el primer deseo es pues, manifestar a todos ustedes nuestra sincera y fraterna gratitud. Hacemos nuestra la expresión del Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: Doy gracias a Dios, a quien como mis antepasados, rindo culto con una conciencia pura, cuando continuamente, día y noche, me acuerdo de ti en mis oraciones (2Tm 1, 3). Creemos que nuestra vocación y la de cada uno de ustedes es un regalo de Dios para su Iglesia, para la realización de su “plan de salvación en Cristo”. En ello vemos el por qué de nuestro llamado y de nuestra consagración sacerdotal. Con San Pablo afirmamos: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha elegido en Cristo (cf Ef 1, 3-5).

Sabemos y sentimos cómo las comunidades parroquiales y las personas de nuestro pueblo los aprecian profundamente como un don de Dios, como pastores auténticos del rebaño de Cristo, cuya vida transcurre ante la mirada del Pastor supremo (cf 1Pe 5, 1ss). ¡Cuánta credibilidad tienen ustedes en medio de ellas! Por ello queremos dar gracias a Dios y también a ustedes. Conocemos, en efecto, las situaciones concretas en que se desarrolla su ministerio:

×          En carestías de todo tipo, sobre todo, en cuanto a recursos pastorales.

×          En fatigas y condiciones de servicio pastoral intenso de jornadas largas y de múltiples y variadas exigencias.

×          Con escasez de clero y en ambientes culturalmente muy variados que requieren un esfuerzo notable para hacer presente al Señor en todos y cada uno de ellos.

×          En situaciones de sufrimiento, pobreza y exclusión de mucha gente, lo que hiere con fuerza su corazón de pastores.

×          En la disgregación producida por la emigración de mucha gente a otros grupos y pertenencias religiosas.

De modo especial queremos agradecer el servicio misionero de tantos de ustedes, sacerdotes diocesanos o religiosos, que, nacidos en Iglesias hermanas, desarrollan ahora su ministerio en Guatemala, en algunos casos con testimonios de entrega por muchos años.

Y nuestra gratitud va dirigida, sobre todo, al testimonio martirial de muchos sacerdotes que han sido, en el espíritu más genuino del martirio cristiano, el rostro transfigurado de Cristo Sacerdote, Víctima y Altar en el desenlace martirial de sus vidas, impregnadas del Misterio Eucarístico de la entrega sin límites a sus hermanos[8]. Recordamos a los Siervos de Dios Hermógenes López Coarchita, José María Gran Cirera, MSC, Faustino Villanueva Villanueva, MSC, Juan Alonso Fernández, MSC, Tulio Maruzzo, OFM, Augusto Rafael Ramírez Monasterio, OFM y Francisco Stanley Rother, cuyo reconocimiento martirial ya ha sido iniciado; y otros abnegados presbíteros entre los cuales destaca nuestro querido hermano Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago de Guatemala Monseñor Juan José Gerardi Conedera; ellos, con muchos catequistas que les acompañaron en el testimonio supremo de la fe, nos invitan a nosotros mismos y a las nuevas generaciones sacerdotales a vivir de la Palabra de Dios: Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Cristo Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos nos vemos continuamente entregados a la muerte a causa de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal (2 Co 4, 10-11).

Gratitud, en fin, por la vivencia personal y comunitaria del ministerio sacerdotal que consideramos que durante este Año Sacerdotal nos impulsa a todos a conocer mejor la vida de aquel sencillo sacerdote de la pequeña aldea de Ars, a quien Dios le pidió mucho esfuerzo en su ministerio para poder animar la vida cristiana en su comunidad. Pero, en esas condiciones duras de su sacerdocio le fue concedido poder decir con el Apóstol Pablo: Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí (cf Gal 2, 19s).

Contamos con todos y cada uno de ustedes, y agradecidos, los animamos a realizar su ministerio y vida con un continuo espíritu de acción de gracias a Dios que los llamó a formar parte de los Presbiterios de nuestra Iglesia en Guatemala y quien, sin duda, les dará la recompensa que el Buen Pastor reserva a sus siervos fieles. Aquella a la que tan intensamente aspiraba el Apóstol Pablo: Nosotros nos fatigamos para conseguir una corona que no se marchita (cf 1Co 9, 25).
 

UNA OPORTUNIDAD PARA
PROFUNDIZAR EL MINISTERIO
Y LA VIDA SACERDOTALES

“Llevamos este tesoro en vasos de barro”

(2Co 4, 7)

El Año Sacerdotal nos invita a reflexionar sobre nuestro ministerio y nuestra vida[9]: ¿por qué fuimos llamados? ¿qué significan para la Iglesia universal y en Guatemala y para la comunidad parroquial ese ministerio y esa vida, inseparables cada día a los ojos de quienes fuimos enviados?. Ante todo, les invitamos a asumir la hermosa definición del Siervo de Dios Juan Pablo II, por tres veces Peregrino de la Paz en Guatemala, quien definía su propia experiencia sacerdotal como un “don y misterio”[10] Él confesaba en efecto: “¿La historia de mi vocación? Es Dios sobre todo quien la conoce. En su sentido más profundo, cada vocación sacerdotal es un gran misterio, un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros lo experimenta claramente en su vida. De frente a la grandeza de este don sentimos cuán incapaces somos”[11]. Expresión que el Papa Benedicto XVI ha retomado cuando al dirigirse a los Sacerdotes del mundo en su propuesta del Año Jubilar Sacerdotal, nos invita especialmente a dejarnos “conquistar plenamente por Cristo”, para lo cual es siempre necesaria una cuidadosa formación sacerdotal.[12]

Los Obispos de Guatemala somos conscientes de que el “don y misterio” de la vocación, por la misma dinámica del Misterio de la Encarnación que subyace al Sacerdocio cristiano, merece durante este año un ejercicio de contemplación y de profundización:

×          Contemplación y profundización, en primer lugar, de lo maravilloso de una vocación que como “don” para la Iglesia y para el “plan de Dios” sobre la historia del mundo, acontece ya antes de nuestro propio nacimiento. Esta pre-historia de la propia vocación tiene un fuerte arraigo bíblico: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses te tenía consagrado (Jer 1, 4-5). Así se expresa también Pablo: Más cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que lo anunciara entre los pueblos (cf Gal 1, 15). ¡En el plan de Dios para nuestra Iglesia en Guatemala estaba prevista cada una de sus vocaciones, queridos sacerdotes!.

×          En segundo lugar, contemplación y profundización del llamado a ser signo de contradicción, compartiendo el destino del mismo Señor: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes (Jn 15, 20b). Queremos recordar que la vocación y el ministerio sacerdotal se realizan en “condiciones históricas y culturales concretas”; el sacerdote, en efecto, vive inmerso en su tiempo y en su historia. Ya lo recordaba la carta a los Hebreos: Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios (Heb 5, 1). Queremos compartir con ustedes dos situaciones de nuestra vida en Guatemala que, entre otras muchas, puede hacer del sacerdote un signo de contradicción:

1.   Situaciones socio-culturales y religiosas nuevas: junto a signos positivos que pueden animar la comprensión y vivencia del sacerdocio, como la búsqueda de una convivencia humana más justa, una búsqueda de Dios más cercana al sentido bíblico del encuentro con Dios, se dan otras situaciones que son problemáticas para la perseverancia y para el surgimiento de nuevas vocaciones: el racionalismo, el subjetivismo, el ateísmo práctico y existencial, la disgregación de la familia, el oscurecimiento del verdadero significado de la sexualidad humana, etc[13]. El mismo Documento de Aparecida hace notar que este cambio cultural afecta también a nuestros pueblos latinoamericanos donde se excluye a Dios del horizonte social[14]. Existen también otros grandes retos que afronta el sacerdocio en los campos de la teología, de la inculturación de la fe, de la vivencia de la afectividad en nuestros ambientes.[15]

2.   Algunas situaciones lamentables, resultado de una vivencia inadecuada del sacerdocio. La Iglesia sufre por los pecados de sus mismos pastores, y le duele que, en contraste con el Buen Pastor, pueden aparecer como “ladrones de las ovejas” que les han sido encomendadas (Jn 10, 1s)[16]. Como Iglesia, somos los primeros en intentar buscar siempre la verdad y la responsabilidad de determinadas situaciones concretas que producen escándalo y rechazo.

A nuestros hermanos sacerdotes que se puedan encontrar en semejante situación les invitamos de corazón a vivir la experiencia del arrepentimiento, como Pedro a la orilla del lago: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador! (cf Lc 5, 8), la experiencia de Pablo: Soy indigno del nombre de Apóstol porque he perseguido a la Iglesia (cf 1Co 15,9), pero también la experiencia de la misericordia del Señor para con sus elegidos. De dicha experiencia somos embajadores ante el mundo: Y todo esto proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Él estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de reconciliación (2Co 5, 18-19).

Ambas circunstancias: un complejo horizonte socio-cultural poco apto para la comprensión del Sacerdocio, y las situaciones de pecado entre nosotros mismos, nos llevan a proponernos y proponerles a Ustedes una vivencia intensa de este Año Sacerdotal como “momento de conversión”: Sería un nexo maravilloso con la experiencia de San Pablo, también él “sacerdote que vivió a fondo su ministerio”.[17] Para el camino de conversión durante el Año Sacerdotal, partimos de la constatación del mismo Apóstol: Llevamos este tesoro en vasos de barro (2Co 4, 7).

La tradición de la Iglesia siempre ha considerado al sacerdote como una prolongación de la persona de Cristo. Por el sacramento del Orden, él tiene una identidad que no se agota en el quehacer sino que afecta a su ser. De ahí la tarea del sacerdote en cada momento de la historia: “volver a ser imagen fiel de Cristo Sacerdote en el mundo”.[18] Así, en todas las formas de testimonio y de martirio, ha sentido la Iglesia que en ellos está el Señor, que parece decirnos: “Aún por sobre sus miserias es más grande su dignidad..., ellos son mis elegidos y yo los llamé mis cristos porque me entregué a ellos a mí mismo a fin de que ellos me dieran a ustedes”.[19]

La mejor vivencia de este Año Sacerdotal nos afecta también a nosotros los obispos. Desde esa comunión de experiencia sacerdotal, les ofrecemos nuestra cercanía y servicio fraterno. Nos parece que la profundización, aprecio y enriquecimiento de la vida y ministerio sacerdotales no deben partir primeramente de resaltar las debilidades de algunos ministros de la Iglesia, sino de renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en las espléndidas figuras de pastores generosos, de religiosos llenos de amor de Dios y a sus hermanos y hermanas, directores espirituales clarividentes y pacientes, todos ellos “según el corazón de Dios” (cf Jer 3, 15)[20] Una reflexión y renovación que parta de la contemplación de nuestros sacerdotes mártires y en especial, del Santo Cura de Ars, un punto de referencia en su “estar crucificado con Cristo” (cf Gal, 2, 19ss): En lo arduo y heroico de su entrega cotidiana a la comunidad, él respondió con su vida aquel deseo y compromiso que todos hemos hecho el día de nuestra Ordenación Sacerdotal: “¿Quieres unirte cada días más estrechamente a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y con él ofrecerte tú mismo a Dios, para la salvación de los hombres?”.[21]

Nos unimos en una misma plegaria: que la gracia de Dios se haga efectiva en todos y cada uno de nosotros en este tiempo de conversión y de maduración humana, pastoral, intelectual y espiritual!
 

EL LEMA DEL AÑO SACERDOTAL
2009-2010:

“Tenemos un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel”

(Heb 2, 17)

La propuesta del Santo Padre Benedicto XVI nos orienta a la renovación del don y misterio de nuestro sacerdocio: Fidelidad de Cristo y Fidelidad del Sacerdote. Se trata de un lema cuyo fundamento bíblico es amplio y pertenece a la espiritualidad de todos los sacerdotes del mundo, en todos los tiempos. Queremos compartir con Ustedes algunos aspectos de este lema para el Año Sacerdotal:

3.1. El Sacerdocio de Cristo es nuestro modelo de fidelidad: Ante todo, les invitamos a contemplar el Sacerdocio de Jesucristo como lo describe la Carta a los Hebreos: Tenemos un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel (cf Heb 2, 17). En esta afirmación fundamental descubrimos como “dos polos” de la fidelidad que todo sacerdote debe vivir en su ministerio:

El sacerdote está llamado a ser “misericordioso”, haciéndose cercano al sufrimiento humano, a la pobreza y miseria de los menos favorecidos, a la exclusión y marginación de quienes ven violentados sus derechos humanos, a tantas penas y aflicciones que Cristo ha redimido en la cruz pagando el precio de nuestros pecados (cf Rm 3, 25) y que piden al sacerdote un corazón misericordioso. Una cercanía que nos pide a todos madurez humana, espíritu de sacrificio, conocimiento y amor por el Pueblo de Dios; un Dios que se ha “conmovido” de las miserias de la humanidad y nos ha entregado a su Hijo para la redención y restauración verdaderas. Pero se trata de un camino de santificación sacerdotal a partir del propio crecimiento en la madurez humana. No podemos quedarnos solamente en la sensibilidad respecto a los problemas de la comunidad; es preciso tender a la “estatura espiritual” del Hombre Nuevo, Cristo, creado en justicia en santidad verdaderas (cf Ef 4, 24).

Queridos Sacerdotes, les proponemos que en este año profundicemos juntos en las dimensiones fundamentales de la formación permanente, y que prestemos una atención especial a la formación humana, que es fundamento de toda la formación sacerdotal[22].

El sacerdote debe ser “digno de fe” en cuanto “fiel a las cosas de Dios, en Cristo” el Cordero sin mancha (cf Jn 1, 19ss) capaz de sumergirse en la “escuela de la obediencia en el sufrimiento” (Heb 5, 7). En esta fidelidad, Cristo es el modelo a contemplar para todos aquellos que como Él estamos llamados a una “santidad en la fidelidad” de todos los días, a una vivencia en la “configuración con Cristo” tal que ella hace más efectivo el ministerio. Así nos lo ha recordado el Santo Padre al proponernos el modelo del Santo Cura de Ars: la unión con Dios, la identificación sin reservas en la vivencia de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.[23] Se trata del camino de unión con Dios en el que se avanza a través de la vida en el Espíritu. En el Año Sacerdotal, queremos avanzar en la mística de la imitación, que nos ha dejado en herencia el año paulino, al recordarnos la intensa configuración del Apóstol con su Señor: Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (cf Gal 2, 20).

Son dos vertientes del misterio de la Fidelidad de Cristo que constituyen el itinerario de la fidelidad sacerdotal: fiel a lo humano, en cuanto cercano al sufrimiento y capaz de crecer en la Nueva Humanidad de Cristo, en la madurez humana y psicológica, que es el fundamento de la vida y formación sacerdotales. Y, por otra parte, en íntima y natural unión a lo anterior, la fidelidad a lo divino, es decir, a la configuración espiritual con Cristo. Tal es el “sacerdocio del Nuevo Testamento”: un camino de verdadera identificación con el Señor, y a ese sacerdocio fuimos introducidos en el día de nuestra Ordenación: “Al configurar a este hermano con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unido al sacerdocio de los obispos, la ordenación lo convertirá en verdadero sacerdote del Nuevo Testamento, para anunciar el Evangelio, apacentar al Pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente el sacrificio eucarístico”.[24]

¡Es el Pueblo de Dios quien nos invita a seguir el modelo de la encarnación del Sumo y Eterno Sacerdote: capaces de estar solidariamente con ellos; y capaces de llevarlos a Dios por el testimonio de una vida unida a Él! El Año Sacerdotal no es una invitación a aislarnos de nuestro pueblo, para ensimismarnos en nosotros mismos. Lo sabemos muy bien: lo que somos como sacerdotes lo somos en relación al Pueblo que el Señor nos ha confiado. Nuestro “ser para” ellos no nos permite entendernos “sin ellos”.
 

LA IDENTIDAD SACERDOTAL
Y EL MINISTERIO DE LOS
PRESBÍTEROS - DISCÍPULOS
EN GUATEMALA

“Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús”

(Fil 2, 5)

El Sacerdote es grande no tanto por lo que hace, sino por lo que es: amigo de Jesucristo como Él mismo ha querido: Ya no los llamo siervos, sino amigos, porque todo lo que me ha revelado mi Padre se los he dado a conocer” (Jn 15, 15)[25]. Ante todo, les invitamos a renovar el “propio encuentro personal con Jesucristo” que llevó al Apóstol Pablo a transformar su vida y a poder ser “modelo de imitación” para sus comunidades cristianas: Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo[26].

En nuestros días, en que la abundancia de propuestas religiosas es causa de confusión y hasta de obstáculo para la comprensión integral del Evangelio cristiano[27], los fieles, nuestros hermanos y hermanas, buscan “modelos de vida” más que enseñanzas religiosas; desean testigos vivos del Amor de Dios antes que indicaciones a distancia y mucho menos en contradicción con lo predicado. Si siempre ha sido una exigencia, para no caer en la rutina burocrática del ejercicio sacerdotal renovar la caridad pastoral “teniendo los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2, 5), hoy en la realidad guatemalteca el ministerio y la vida de los sacerdotes debe tomar en cuenta tres aspectos fundamentales:

4.1. Ante todo, la unidad de ministerio y vida que encuentra de nuevo en San Pablo un modelo sacerdotal estupendo, capaz de superar el activismo, el agotamiento, la confusión por la propia situación de pecado, e incluso el rechazo del mundo y la ingratitud de algunos hermanos dentro de la Iglesia: En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado... nada podrá separarnos del amor de Cristo (cf Rm 8, 38). El mismo Santo Cura de Ars supo vivir la mejor metodología pastoral cuando unió a su ministerio su vida personal: y aunque sabemos que la santidad del ministerio no depende de la del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que deriva de la confluencia objetiva de la santidad del ministerio con la subjetiva del ministro[28].

4.2. En segundo lugar, a renovar el “amor pastoral” desde la misión específica a ser presbíteros-discípulos de Jesucristo, tal y como nos ha recomendado el Documento de Aparecida: El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser el hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su ministerio[29].

4.3. En tercer lugar, a la perseverancia aún en las dificultades ministeriales y en las posibles crisis de fe y seguimiento vocacional. Jesús nos ha prometido su cercanía en la prueba: No se turbe su corazón ni se acobarde (cf Jn 14, 27). En el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo, yo he vencido al mundo! (Jn 16,33). Probado en muy duras circunstancias de su servicio pastoral, exclamaba al final de su vida el Apóstol Pablo: Sé en quien he puesto mi fe (2Tm 1, 12).

Las situaciones en la sociedad y en la Iglesia Católica en Guatemala, llenas de urgencias y de tantas exigencias, son las que nos llevan a invitarlos desde ahora a dejar que su corazón se configure con el de Cristo Jesús, sumergiéndose “en sus sentimientos” y en su donación, con aquella docilidad a las mociones del Espíritu que lo llevaron a ejercer su ministerio de consolación, de misericordia, de reconciliación: El Espíritu del Señor está sobre mí (cf Lc 4, 16-20).

¡Vivamos este Año Sacerdotal en los Presbiterios como ocasión de mayor comunión, de crecimiento en la fraternidad, con la capacidad de vivir el camino del discipulado y la misión que renueven nuestras comunidades![30].

UN CAMINO FRATERNO DE
CRECIMIENTO EN EL
AÑO SACERDOTAL

“Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos”

(2Tm 1, 6)

Hacemos nuestro el gran afecto y la verdadera caridad entre Obispos y Presbíteros que, durante veintiún siglos, se ha conservado en la Iglesia. Es el mismo amor de Jesús por sus discípulos: Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros (Jn 13, 34).

De la participación en el mismo sacramento del Orden y del mandato del Señor, Sumo y eterno Sacerdote y Buen Pastor, surge la tarea de construir la fraternidad presbiteral, que es una fraternidad sacramental, presidida en cada Diócesis por el Obispo.[31] ¡Que este Año Sacerdotal sea ocasión para todas las iniciativas de enriquecimiento de dicha fraternidad sacerdotal! Los ejemplos se podrían multiplicar, pero quisiéramos recordar a algunos la participación asidua a las reuniones establecidas en la diócesis por el obispo, el fortalecimiento del PAPS para que logre sus objetivos, la visita a los sacerdotes enfermos, la ayuda solidaria y pastoral, el cumplimiento del Plan pastoral diocesano, las comunidades de vida, las celebraciones penitenciales conjuntas durante diferentes tiempos del año litúrgico, etc. Así podremos, en la unidad fraterna, cultivar la “fidelidad de Cristo y del Sacerdote”, apoyándonos unos en los otros, como lo pide el Apóstol Pablo: Nosotros, siendo muchos no formamos sino un solo cuerpo de Cristo. Pero teniendo dones diferentes, ejerzámoslos en la medida de la fe que su caridad fraterna sea sin fingimiento... amándose cordialmente unos a otros, estimando en más cada uno a los otros (cf Rm 12, 4-10).

Como propuesta concreta de camino fraterno, les proponemos asumir con decisión la formación permanente, que es camino de profundización en nuestra identidad y en nuestra misión. La formación permanente implica a todos:

×          A nosotros los Obispos, llamados a escuchar siempre en modo renovado el llamado del Señor a sus Apóstoles, de los que humildemente somos sucesores: Sígueme (cf Mt 4, 19; Jn 21, 22)[32]. Nos toca, además, la responsabilidad de que en nuestras Diócesis no falte la formación permanente integral para todos los sacerdotes.

×          A toda la comunidad diocesana, invitada en este Año Sacerdotal a profundizar en el significado del ministerio ordenado y del servicio sacerdotal en la comunidad. De ella, el sacerdote es servidor y no dueño. A acompañar a sus sacerdotes, a acercarse a ellos y a dejarse encontrar por ellos, a ayudarles a crecer en su vida espiritual y pastoral[33]

×          A los mismos Presbíteros de todas las edades y condiciones de ministerio: a ustedes, en esta maravillosa oportunidad se dirige la invitación perenne de la Iglesia, en boca de San Pablo en su enseñanza a Timoteo: Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de manos (2Tm 1, 6)[34].

En efecto, queridos sacerdotes, cada uno de ustedes está llamado a ser “agente activo de su propia formación permanente”, de su “propio cuidado”,[35] tal y como lo ha repetido la Tradición viva y el Magisterio de la Iglesia: “¿Ejerces la cura de almas?... No olvides por tanto el cuidado de ti mismo, y no te entregues a los demás hasta el punto de no quede nada tuyo para ti mismo. Debes tener ciertamente presente a la almas, de las que eres Pastor, pero sin olvidarte de ti mismo”[36] . Se trata de un “cuidado-renovación” realizado bajo la acción del Espíritu Santo, recibido con carácter indeleble, el día de la propia Ordenación. Es, en efecto, el Espíritu el que actúa la “progresiva y efectiva configuración” con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Buen Pastor. Se trata de hacer vida el lema de este Año Jubilar Sacerdotal “Fidelidad de Cristo y Fidelidad del Sacerdote” más allá de la pura emotividad, desde un compromiso serio y gozoso de “renovación sacerdotal”, a todo nivel y en toda edad:

×          Los Sacerdotes Jóvenes, prolongando la seriedad y solidez de la formación integral -humana, pastoral, intelectual y espiritual- recibida en el Seminario, apreciando su vocación como “don de sí mismos” concretado en sus “promesas de obediencia, pobreza y castidad”. Con un profundo sentido de su configuración con Cristo (alter Christus). A ellos se les pide también que se inserten con gozo y responsabilidad en su propio Presbiterio, en comunión y corresponsabilidad con el resto de sacerdotes, sus hermanos, y con toda la comunidad diocesana. De ellos esperamos que asuman la complejidad de la acción pastoral en nuestros días, con amplitud de miras y grandeza de ánimo, sabiéndose sacerdotes de una “Iglesia para el mundo”.

×          Los Presbíteros de “mediana edad” pueden encontrarse confrontando los riesgos del activismo y de una cierta rutina ministerial. Es el tiempo propicio para una madurez que evite la presunción de sí mismo, como si la propia experiencia personal no pudiera ser contestada por nadie, en contraste con “humildad-verdad” que caracterizó al Apóstol Pablo cuando afirmaba: Soy lo que soy por la gracia de Dios (1Co 15, 10). En esta etapa, en la que ya se recogen frutos, hay que aprender a mirar hacia “quien da el incremento”, reconociendo con San Pablo: Más la gracia de Dios no ha sido estéril en mí... he trabajado más que todos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo (Idem). Es también la época en que pueden experimentarse frustraciones y desencantos en todos los niveles, llegando, incluso, a sentir el “aguijón de la carne”, aquella sensación de debilidad que nos molesta y desconcierta. Es el momento de compartir de verdad la experiencia de Pablo: “te basta mi gracia” (2 Cor 12, 9).

×          Los Presbíteros de mayor edad. A ellos los podemos llamar con toda propiedad “ancianos”. Son parte innegablemente heroica de la vida de la Iglesia en Guatemala durante los pasados tiempos de persecución. Contemplamos su vida y ministerio con gratitud, recordando la invitación de la Palabra de Dios: Acuérdense de sus guías, que les anunciaron la Palabra de Dios, y considerando el desenlace de su vida, imiten su fe (Heb 13, 7). A ellos les mostramos gratitud y les debemos solidaridad. ¡Cuánto bien hacen en nuestros Presbiterios y comunidades cuando asumen su compromiso de estudio y actualización permanente! ¡Qué riqueza la de su comunicación de experiencia con los sacerdotes más jóvenes! Es un tiempo hermoso de ejercicio ministerial callado y sencillo, además de ser un tiempo personal de poner en las manos de Dios toda la vida vivida en la entrega. De ninguna manera podemos abandonar a los sacerdotes mayores a su propia suerte. Queremos ser más solidarios con alegrías y sufrimientos. Con ellos sentimos de una manera especial la fuerza de la comunión.

Estamos llamados a realizar este camino fraterno en nuestros Presbiterios diocesanos, en un clima de alegría, de fraternidad y comunión, siguiendo la invitación del Apóstol Pablo: tener entre nosotros “un mismo pensar y un mismo sentir” (cf 1Co 1, 10), en el marco del Año Sacerdotal, como testigos de la común consagración al Señor y a nuestros hermanos. La raíz de nuestra comunión es sacramental: somos co-presbíteros, participantes de un mismo y único Orden sacerdotal, y somos co-misionados en la única misión de la Iglesia, cualesquiera sean las tareas concretas que se nos han encomendado. Bien podríamos aplicarnos, aunque en otro contexto, la exhortación de Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis: “todos somos responsables de todos”.

 
UN AÑO SACERDOTAL PARA
IMPULSAR LA
PASTORAL FORMATIVA Y
LA PASTORAL SACERDOTAL

“La cosecha es mucha, los trabajadores pocos. Rueguen al dueño de la cosecha que envíe trabajadores a su cosecha”

(Lc 10, 2)

No podemos dejar de dirigirnos a los queridos seminaristas de Guatemala, con un sentimiento de gratitud y con una palabra de ánimo. Queridos jóvenes: ¡vale la pena seguir la llamada vocacional con alegría y con generosidad! ¡Vale la pena contemplar en este Año Sacerdotal el ejemplo maravilloso del Santo Cura de Ars, quien vivió su preparación con espíritu fervoroso. En el tiempo del Seminario, en efecto, se asimila una “forma de vida” que consiste en “estar con Jesús”: Llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él, y prepararse seriamente para responder afirmativamente al envío: y para enviarlos a predicar (cf Mc 3, 14). Desde nuestra experiencia personal y la de tantos sacerdotes a quienes ustedes mismos conocen y quieren, les podemos asegurar que vale la pena “quemar las naves” y embarcarse en la aventura de “remar mar adentro”.

El futuro de la fidelidad sacerdotal se prepara en el Seminario. Recordando la importancia del testimonio en la Evangelización, decía Pablo VI: “El hombre de hoy escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son también testigos[37]. Todos ustedes están llamados a preparar desde el Seminario, con alegría, con devoción y profundidad una forma de vida eucarística al estilo del Santo Cura de Ars[38]; es decir, preparar una ofrenda total y sin reservas de la que tomarán compromiso el día de su Ordenación: Recibe la ofrenda del pueblo santo, para presentarla a Dios; considera lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.[39]

Ese testimonio de fidelidad, es decir, el camino de la configuración sacerdotal, hunde sus raíces en la reflexión y oración cotidianas. En el Seminario, ustedes comienzan ya a formularse
las preguntas que les surgirán en su futuro ministerio: “¿Hacemos de la Eucaristía el centro de nuestra vida y el ideal de nuestra entrega amorosa? ¿Lo expresamos en la vida comunitaria fundada en el respeto y amor mutuo? ¿Estamos realmente impregnados de la Palabra de Dios? ¿Es ella el alimento del que vivimos, más que lo pueden ser el pan y las cosas del mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deje una impronta en nuestra vida y forma de pensamiento?”.[40] En esta tarea recurren, sin duda, al ejemplo de María que “conservaba la Palabra en su corazón”.

Este camino supone honestidad con ustedes mismos y con sus formadores y obispos. No se trata de considerar el ser sacerdotes como la meta de su vida sino de ser sacerdotes a imagen y semejanza de Jesús, durante toda su vida.

Ustedes se están preparando en las cuatro dimensiones de la formación integral: humana, pastoral, intelectual y espiritual, vividas con espíritu misionero. Sólo desde una formación que los agarre por completo en su entrega, podrán asumir un día el ministerio “para la vida del mundo”, dando vida a las distintas realidades eclesiales y a las comunidades parroquiales, que son células vivas de la Iglesia y lugares privilegiados en la que la mayoría de los fieles tendrán su experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia[41].

¡Que este Año Sacerdotal sea para ustedes, queridos Seminaristas, una contemplación ilusionada de su futuro ministerio sacerdotal, y una preparación a fondo con la ayuda del Espíritu Santo y de sus formadores. Así llegarán a ser, en Guatemala, los nuevos eslabones de la noble cadena de tantos y tantos sacerdotes que verdadero espíritu misionero han nutrido la fe del Pueblo de Dios, han mantenido su esperanza, incluso en momentos difíciles y los han lanzado a un compromiso serio de vida cristiana! Se lo decimos desde lo más íntimo de nuestro corazón: necesitamos compañeros de misión.

Que este año sea también un tiempo en que ustedes se comprometen a rezar por aquellos sacerdotes que Dios ha puesto providencialmente en su camino: su párroco, el sacerdote que les ayudó a encaminarse al Seminario, el que les motivó con su testimonio de vida y, desde luego, han de orar por sus formadores y profesores del Seminario.

Recordamos a todos que sin sacerdotes, la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia, la obediencia al mandato de Jesús: Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes (cf Mt 28,19), como tampoco la celebración de su Sacrificio Sacerdotal: Hagan esto en memoria mía (Lc 22, 19). La Iglesia no podría cumplir el mandato de anunciar el Evangelio y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del mundo.[42] Por ello, es necesario intensificar la oración y todas las formas de promoción vocacional durante este Año Sacerdotal: oración de parte de los mismos sacerdotes, oración con los sacerdotes y por ellos, por su santificación; pero también una insistente oración por las vocaciones.

La pastoral vocacional “es responsabilidad de todo el pueblo de Dios...” es necesario intensificar de diversas maneras la oración por las vocaciones, con la cual se contribuye también a crear una mayor sensibilidad y receptividad ante el llamado del Señor... Las vocaciones son un don de Dios, por tanto, en cada diócesis, no deben faltar especiales oraciones al “dueño de la cosecha.”[43]

 

CONCLUSIONES

“Padre, por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad”

(Jn 17, 19)

Queridos Sacerdotes: en la Última Cena, nuestro Sumo y Eterno Sacerdote y Buen Pastor no dudó en “santificarse a sí mismo” por nosotros: en el lenguaje bíblico dicha santificación no es otra cosa que el anuncio de su propia inmolación sacrificial. ¡Contemplemos cómo por nosotros el Sumo Sacerdote se convirtió en Víctima y Altar y abramos nuestra vida a la gracia de su entrega martirial en este Año Sacerdotal!

Porque Cristo nos ha elegido antes incluso de nuestro nacimiento; porque Él nos ha llamado y configurado con Él por la imposición de manos; porque nos ha abierto el camino de la santificación en nuestro ministerio y en nuestra vida, podemos expresar con el Salmista: ¡Dichoso el que tu eliges y acercas para que viva en tus atrios! (Sal 65,5).

Nuestra gratitud al Señor por nuestro ministerio es a la vez fuente de compromiso, de “conversión” a lo que ya somos por la vocación y consagración de nuestra ordenación sacerdotal: “Convertirnos para convertir” afirmaba San Gregorio Nazianceno.[44] Es decir, convertirnos personal y pastoralmente para ayudar a los hermanos a encontrar a Dios como a un Padre y encontrarse con los hombres y mujeres de nuestro tiempo como quien se encuentra con sus propios hermanos. Estamos llamados a la fidelidad sacerdotal a nuestra identidad en las tres acciones que diariamente alimentan la fe del Pueblo de Dios y son fuente de gracia para nosotros mismos: la proclamación de la Palabra, la administración de la gracia sacramental, el pastoreo fiel del rebaño del Buen Pastor.[45] Y toda esta acción pastoral realizada con la pasión misionera que nos hace “salir” en busca de la oveja que se nos ha perdido.

Que en este Año Sacerdotal la rica herencia de la total entrega de San Pablo continúe estimulando en todos y cada uno de nosotros el impulso a la configuración con Cristo: Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1Co 11, 1). Sólo así podemos también nosotros estimular en nuestros fieles la misma imitación. Y junto al espíritu apostólico y misionero de San Pablo, quien decía: El amor de Cristo nos apremia (cf 2Co 5, 14), la imagen del Santo Cura de Ars que nos ha sido propuesta como modelo de santificación de nuestro ministerio y nuestra vida en medio de la humildad de las acciones de todos los días,[46] en medio de las gentes y de las comunidades parroquiales donde el Señor nos ha colocado para ser referente suyo por nuestro ministerio y nuestra vida.

Queremos concluir esta Carta fraterna invocando sobre todos Ustedes la intercesión maternal y la ayuda constante de la Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia: María, Madre de los Sacerdotes. Que ella que llevó en sus purísimas entrañas al Sumo y Eterno Sacerdote y Buen Pastor, siga guiándonos en nuestro servicio a la Iglesia en Guatemala. Que durante este Año Sacerdotal ella nos insinúe a todos en nuestro corazón sacerdotal: Hagan lo que Él les diga (cf Jn 2, 2ss). Que María Santísima haga posible la santificación de todos los Sacerdotes en Guatemala y la abundancia de vocaciones al servicio sacerdotal del Pueblo de Dios que la invoca como Madre de Dios y Madre nuestra.

 

Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Guatemala
+ RODOLFO CARD. QUEZADA TORUÑO
Arzobispo Metropolitano de Guatemala

+ OSCAR JULIO VIAN MORALES, sdb
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán

+ PABLO VIZCAÍNO PRADO
Obispo de Suchitepéquez-Ratalhuleu
Presidente de la CEG.

+ JULIO EDGAR CABRERA OVALLE
Obispo de Jalapa
Vicepresidente de la CEG.

+ RODOLFO BOBADILLA MATA, cm.
Obispo de Huehuetenango

+ ALVARO LEONEL RAMAZZINI IMERI
Obispo de San Marcos

+ RODOLFO VALENZUELA NUÑEZ
Obispo de La Verapaz

+ VICTOR HUGO PALMA PAUL
Obispo de Escuintla

+ MARIO ALBERTO MOLINA PALMA, oar
Obispo de Quiché

+ BERNABE DE JESUS SAGASTUME LEMUS
Obispo de Santa Rosa de Lima, ofm. Cap.

+ ROSOLINO BIANCHETTI BOFFELLI
Obispo de Zacapa y Santo Cristo de Esquipulas

+ GABRIEL PEÑATE RODRIGUEZ
Obispo Vicario de Izabal 

+ MARIO FIANDRI
Obispo Vicario de Petén

+ JOSE RAMIRO PELLECER SAMAYOA
Obispo Auxiliar de Guatemala

+ MARIO E. RIOS MONT, cm.
Obispo Auxiliar de Guatemala

+ RAUL ANTONIO MARTINEZ PAREDES
Obispo Auxiliar de Guatemala

+ GUSTAVO RODOLFO MENDOZA H.
Obispo Auxiliar de Guatemala

+ VICTOR HUGO MARTINEZ CONTRERAS
Arzobispo Emérito de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán

+ GERARDO H. FLORES REYES
Obispo Emérito de La Verapaz

+ LUIS MANRESA FORMOSA, SJ
Obispo Emérito de la Diócesis de Quetzaltenango

+ LUIS MARÍA ESTRADA PAETAU, OP
Obispo Vicario Emérito de Izabal

+ GONZALO DE VILLA Y VASQUEZ, sj.
Obispo de Sololá-Chimaltenango
Secretario General de la CEG.




[1] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Ecclesia in America, 12ss
[2] Cf CONFERENCIA EPISCOPAL DE GUATEMALA, Convocatoria a la Gran Misión Continental en Guatemala, Junio 2009
[3] Cf BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009
[4] Cf Idem.
[5] Cf CONCILIO VATICANO II, Decreto ChD 13ss
[6] Cf JUAN PABLO II, PG 23
[7] Cf RATZINGER, J., Servidor de su alegría. Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal, Barcelona, 1989.
[8] Cf BENEDICTO XVI, Carta de Jueves Santo 2009,
[9] Cf BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009
[10] JUAN PABLO II, Don y Misterio. En el 50º Aniversario de mi Sacerdocio, 1996.
[11] Idem.
[12] Cf BENEDICTO XVI¸ Homilía en las Primeras Vísperas del 150 Aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, 18 de Junio del 2009
[13] Cf JUAN PABLO II, PDV 7.
[14] Cf DA 44
[15] Cf DA 191-199
[16] Cf BENEDICTO XVI, Homilía en las Segundas Vísperas de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Inauguración del Año Sacerdotal, 19 de Junio 2009
[17] Cf BENEDICTO XVI, Angelus del 28 de Junio del 2009
[18] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis 11
[19] Cf CATALINA DE SIENA, Escritos 2, 9.
[20] Cf BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009
[21] Ritual del Sacramento del Orden
[22] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis 43.
[23] Cf BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009.
[24] Ritual del Sacramento del Orden
[25] Cf BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de la Cena del Señor, Jueves Santo del año 2009.
[26] Cf también 2Tes 3, 7
[27] Cf JUAN PABLO II, Exhortación post-sinodal Ecclesia in America 72
[28] BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009
[29] DOCUMENTO DE APARECIDA 198
[30] Cf Ibid 201-203.
[31] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores gregis 47
[32] Cf Ibid. Sobre la Formación Permanente de los Obispos, cf Idem.
[33] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis 76
[34] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, 70ss.
[35] Cf Idem.
[36] S. Carlos Borromeo, Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milan 1559, 1178.
[37] Cf BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009.
[38] Cf BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de la Cena del Señor, Jueves Santo del año 2009.
[39] Ritual del Sacramento del Orden.
[40] Cf BENEDICTO XVI, Carta para la convocatoria de un Año Sacerdotal en el 150 Aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars, 19 de Junio de 2009.
[41] Cf DOCUMENTO DE APARECIDA 303.
[42] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis 1ss.
[43] Cf DOCUMENTO DE APARECIDA 314
[44] Cf Orationes 2, 71.
[45] Cf CONGREGACION PARA EL CLERO, El Presbítero, Maestro de la Palabra, Ministro de los Sacramentos y Guía de la Comunidad ante el Tercer Milenio Cristiano 19 de Marzo de 1999.
[46] Cf JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis 35.



Comunicado No 187 de la Conferencia Episcopal Panameña

Año Jubilar Sacerdotal
2009-2010


"Asamblea Plenaria Ordinaria No 187, 6 al 10 de julio de 2009"



 
Conferencia Episcopal de Panamá


 





Nos hemos reunido, del 6 al 10 de julio de 2009, todos los Obispos que integramos la Conferencia Episcopal de Panamá para celebrar nuestra segunda asamblea plenaria anual n° 187. Hemos acogido por primera vez en nuestra asamblea a S.E.R. Mons. Andrés Carrascosa Coso, nuevo Nuncio Apostólico en Panamá.

Como Pastores, conscientes de nuestra responsabilidad, tratamos de aproximarnos a la realidad religiosa y pastoral del país y, por supuesto, a la realidad política, económica, social y cultural.
Al terminar esta Asamblea, queremos compartir algunas reflexiones con todos nuestros fieles y con quienes se preocupan por impulsar el progreso y crear mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos.

I.- ÁMBITO ECLESIAL

En el ámbito eclesial, mientras estamos insertos en la divulgación, conocimiento y aplicación del Documento de Aparecida y la Misión Continental, se ha clausurado el Año Paulino y se ha abierto el Año Sacerdotal.

1. Aparecida y Misión Continental:
El Documento de Aparecida, que nos pide entrar en un estado permanente de misión, debe seguir iluminando e impulsando nuestra vida y quehacer pastoral, ya que Aparecida no se puede aplicar sin la Misión Continental y la Misión Continental no se puede entender ni realizar sin Aparecida.

La Misión Continental no es una acción aislada para determinados momentos, lugares u ocasiones. Se trata de un proceso que se desarrolla por etapas dentro de un marco espacio-temporal, de tal manera que nuestra Iglesia tenga cristianos no sólo de nombre, devociones, objetos religiosos y procesiones, sino verdaderos discípulos que transformen sus vidas según el Evangelio y se vuelvan fermento de la sociedad.

Este proceso tiene que empezar por la motivación de todos nosotros, los agentes de pastoral. Aquí está el reto fundamental que afrontamos: “mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier: por desborde de gratitud y alegría el don del encuentro con Jesucristo” (DA 14).
Tenemos que pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral misionera y servidora de la vida. Para una eficaz acción misionera, necesitamos la conversión personal, pastoral y eclesial y esto implica reformas espirituales, pastorales e institucionales (DA 367). Tenemos que revisar los planes, programas y metas pastorales a la luz de esta mística misionera a que nos invita Aparecida.

2. Año Sacerdotal:

Agradecemos a Dios la feliz iniciativa del Papa Benedicto XVI de convocar un Año Sacerdotal con el objetivo de: « contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo », teniendo en cuenta que, como decía Pablo VI: « El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio ».

Para este Año se ha asignado un lema: « Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote » y un modelo: “San Juan María Vianney”. El Prefecto de la Congregación para el Clero, Cardenal Humes, nos invita a « movilizar todas las fuerzas de cada circunscripción eclesiástica y todos los componentes del pueblo de Dios » y a poner en práctica toda clase de iniciativas basadas en la Carta que el Santo Padre dirigió a todos los sacerdotes con motivo de este año, la cual « debería conocerse en forma capilar, asimilada y estudiada por los Sacerdotes y por todos los aspirantes al sacerdocio; ser también levadura para la pastoral vocacional y para un examen de conciencia con el fin de verificar el estado de la formación permanente y del estilo pastoral ».

Animamos a todos a acoger y promover esta iniciativa del Santo Padre a fin de que produzca frutos de santidad en los sacerdotes y de aprecio, estima, oración y multiplicación de las vocaciones sacerdotales y de redescubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de cada sacerdote.

3. Encíclica Caritas in Veritate – La Caridad en la Verdad:

El Santo Padre Benedicto XVI acaba de regalarnos su tercera Encíclica “Caritas in Veritate”, en la que profundiza la reflexión eclesial sobre importantes cuestiones sociales.

La Iglesia no pretende ofrecer soluciones técnicas a los problemas de nuestros días, sino recordar los grandes principios éticos sobre los que puede construirse el desarrollo humano en los próximos años, entre los que destaca la atención a la vida humana, núcleo de cualquier progreso auténtico.

Debemos leer y profundizar esta Encíclica para que ilumine nuestro compromiso en la realización de un futuro mejor para todos.

II.- ÁMBITO NACIONAL

1. Nueva etapa en el país:

Nuestro país inicia una nueva etapa en su vida republicana con la instalación de un nuevo gobierno, luego de un proceso electoral caracterizado por una alta participación ciudadana, que, una vez más, demostró la madurez y civismo del pueblo panameño.

Sin embargo, aún persisten en el proceso electoral desafíos que superar como son el clientelismo político, una mayor transparencia en el financiamiento privado de las campañas, el largo período de las mismas, y la agresividad en la propaganda.

Las grandes expectativas de la población panameña sobre la capacidad de respuestas del nuevo gobierno para mejorar la calidad de vida de los panameños son muy altas y esto exige respuestas para que no se produzca una nueva decepción que afecte todavía más la confianza en las instituciones políticas, sociales y económicas del país.

No cabe duda de que tenemos todavía por delante muchos y grandes problemas: violencia, inseguridad, impunidad, ausencia de equidad, deterioro del sistema educativo, aumento del costo de la vida, además de los derivados de la crisis económica mundial.

Sin embargo, somos un pueblo con muchos recursos y muchas posibilidades y es necesario que todos y todas pongamos nuestras mejores capacidades y nuestros mayores esfuerzos para afrontar el futuro con éxito. Es la hora de la responsabilidad, del compromiso, del esfuerzo conjunto, sin pensar en espacios políticos ni en repartos de prebendas. Es la hora de pensar en el país por encima de grupos y partidos.



2. Fortalecer la gobernabilidad:

Es fundamental fortalecer la gobernabilidad con políticas públicas claras, consensuadas entre los sectores gubernamentales, las organizaciones sociales y los ciudadanos, basada en modelos económicos que hagan énfasis en el carácter distributivo de los recursos y con mecanismos que posibiliten la exigencia a las nuevas autoridades de rendición de cuentas, acceso a la información y la participación de las personas en la toma de decisiones que afectan su vida.

Exhortamos al seguimiento y cumplimiento de los acuerdos de la Concertación Nacional y el Pacto de Estado por la Justicia, dos esfuerzos realizados por amplios sectores de la sociedad panameña que aportaron voluntad, experiencias, conocimientos y entrega con el único propósito de erradicar la pobreza, ampliar oportunidades y mejorar la calidad de vida de los panameños.

3. Reivindicaciones de los Pueblos Indígenas:

En los últimos meses, se han suscitado reclamos de los pueblos indígenas Naso, Ngöbe y Buglé sobre sus derechos posesorios ancestrales de las tierras que habitan. El pueblo Naso aspira a lograr su Comarca y los pueblos Ngöbe y Buglé a que se respeten sus tierras afectadas por proyectos hidroeléctricos, ganaderos y turísticos.

Ante esta situación, pedimos al Gobierno Nacional que aborde esta problemática con carácter de urgencia para evitar situaciones de violencia en detrimento de la vida y de la dignidad de estos pueblos, que tienen los más altos índices de pobreza. También apelamos a la conciencia de los dirigentes de estos pueblos para que no antepongan sus intereses personales y acaben con las divisiones que fomentan enfrentamientos e impiden acuerdos comunes.

III.- AGRADECIMIENTO

Agradecemos a todos los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos, que nos han acompañado con sus oraciones, aportes y trabajo.

Que Santa María la Antigua interceda por nosotros para que su Hijo nos conceda la fuerza para trabajar por la unidad, el progreso y el fortalecimiento de nuestra Patria.

Panamá, 9 de julio de 2009.

9 de julio de 2009


Carta Pastoral de los Obispos del Paraguay
en ocasión del Año Sacerdotal
2009-2010


Conferencia Episcopal Paraguaya




6 de noviembre de 2009


A nuestros sacerdotes y diáconos
A nuestros religiosos y religiosas
A nuestros fieles laicos y personas de buena voluntad

Introducción
En el espíritu de esta Asamblea Ordinaria, los Obispos del Paraguay creemos oportuno llegar a nuestros queridos hermanos y amigos sacerdotes para animarnos juntos en la renovación interior de nuestra consagración sacerdotal para que podamos ofrecer un testimonio evangélico que sea más intenso en el mundo de hoy (cfr. Mensaje de Benedicto XVI). El Papa Benedicto XVI en ocasión del 150 aniversario del nacimiento de San Juan María Vianney, convoca a celebrar un “Año Sacerdotal”. Nos dice “Es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico”. La convocatoria del Papa se da en el marco de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Aparecida (Brasil). Ésta convoca a realizar una «Misión Continental» que reavive la pertenencia a la Iglesia, de todos los bautizados. Ello implica una conversión pastoral tanto de las personas como de las mismas estructuras de evangelización.

I.                  Nuestra realidad actual
La sociedad sufre cada vez más la pérdida del sentido de la vida que a muchos lleva a la depresión y a la desesperación. El avance tecnológico destinado a producir riqueza, sin embargo contribuye al desempleo y a un mayor empobrecimiento de las poblaciones. Continúa implacablemente la depredación de la naturaleza. El sistema de gobierno democrático está cada vez más amenazado por ideologías pseudodemocráticas que no llega a responder a las urgentes necesidades de la población más carenciada. En el ámbito eclesial asistimos a un enfriamiento de la fe cristiana y al abandono de algunos católicos hacia las sectas y las otras agrupaciones religiosas en búsqueda de un ambiente, según ellos, más propicio para el encuentro personal con Dios. Nuestros laicos colaboradores manifiestan la necesidad de una espiritualidad más centrada en Cristo, en la Palabra de Dios y en la Eucaristía, además de una formación eclesial y acompañamiento más cercano de parte de sus pastores. La persona del sacerdote, desde su dimensión humana queda siempre expuesta a la fragilidad vocacional sobre todo cuando abandona los medios espirituales para conservar su propia identidad y misión. Por eso, el Papa Benedicto XVI en la Carta convocatoria del Año Sacerdotal nos esclarece: “Hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes”. Recogemos la memoria histórica de la presencia sacerdotal en nuestro país y miramos la figura de los sacerdotes que dieron su vida por Cristo en la evangelización de nuestro pueblo. Son ellos San Roque González de Santa Cruz, San Alonso Rodríguez y San Juan del Castillo, misioneros mártires jesuitas; franciscanos, como Fray Luis de Bolaño y sacerdotes de otras congregaciones, hasta las más recientes. ¡Cómo no recordar a los sacerdotes diocesanos como los Padres, Julio César Duarte Ortellado, cuya causa de beatificación está en proceso, Juan Ayala Solís, Guillermo Díaz, Juan Benítez Balmaceda, Agustín Blujaki, Vicente Valenzuela, Victorino Torres Leiva y muchos otros sacerdotes religiosos, como Pedro Shaw, conocido como Pa’i Puku, que nos hablan de la “fidelidad de Cristo y de la fidelidad del sacerdote”!.
A pesar de todas las dificultades, como la ideología materialista y del relativismo que provienen de nuestro ambiente histórico cultural, aún es posible cultivar, con celo pastoral, la identidad y la misión para llegar a ser santos sacerdotes, por gracia de Dios.

II.               Identidad y misión del sacerdote
1.1. Identidad sacerdotal
«Todo Sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Heb 5,1). El ambiente cultural globalizado presenta a la Iglesia desafíos y cuestiones a los cuales debe responder. ¿Qué significa ser sacerdote hoy? ¿Cuáles son los pilares que sustentan la vocación y la misión en el contexto de los nuevos tiempos? ¿Qué compromisos podemos asumir, como consagrados en el ministerio sacerdotal en la Iglesia y en el mundo?
El sacerdote es un hombre elegido, ungido y enviado por Dios para continuar la misión salvadora de Cristo en el mundo. Pues Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4). El presbítero es configurado con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, Maestro, Santificador y Pastor de la Iglesia, del Pueblo santo de Dios. De este modo, el sacerdote es su continuación visible y signo sacramental. Mediante este ministerio sacerdotal, el Señor continúa ejerciendo, en medio de su pueblo, aquella actividad que sólo a Él pertenece en cuanto Cabeza de su Cuerpo. Por tanto, el sacerdote hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y da testimonio de la presencia de Cristo quien no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente y participa, de modo definitivo, del mismo y único sacerdocio de Cristo quien dijo: «Quien a ustedes les escucha, a mí me escucha; y quien a ustedes les rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16).
El sacerdote es imagen real, viva y transparente de Cristo. Él se constituye en servidor de la Palabra, administrador de los sacramentos y guía de la comunidad.
Llega a ser ministro de las acciones salvíficas esenciales, transmite las verdades necesarias para la salvación y apacienta al Pueblo de Dios, conduciéndolo hacia la santidad. De modo especial, los presbíteros se dedican «a la palabra y a la enseñanza (cf. 1 Tim 5,17), creyendo aquello que leen cuando meditan la ley del Señor, enseñando lo que creen, imitando lo que enseñan» (Lumen Gentium, 28). Todo sacerdote participa del amor salvífico del Padre (cf. Jn 17,6-9; 1 Cor 1,1; 2 Cor 1,1), del ser sacerdotal de Cristo y del Don del Espíritu Santo (cf. Jn 20,21). Este dinamismo trinitario comunica al sacerdote la fuerza necesaria para dar vida a una multitud de hijos de Dios y encaminados hacia el Reino del Padre. De este modo, la relación de las tres Divinas Personas debe ser vivida por el sacerdote de modo íntimo y personal, y en un diálogo de adoración y de amor. El servicio del sacerdote es como el de Cristo, lleno de caridad pastoral, con total fidelidad al Padre y de plena entrega a la misión asumida en la Ordenación. La vivencia fiel y generosa de su ministerio y la comunión con Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor, es la fuente inagotable de su espiritualidad, la condición segura de su realización y alegría personal, y el factor decisivo para la eficacia de su misión al servicio del Pueblo de Dios. A imagen de Cristo y como discípulo suyo, el sacerdote asume el don del celibato para manifestar su gran amor personal al Señor. De hecho, a la luz de la enseñanza de Jesús, el celibato debe comprenderse como una profecía del estado futuro (cf. Lc 20,34-38). Por la gracia del celibato, la Iglesia establece la obligación a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos; por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres. Considerando la excelsa dignidad y misión del sacerdote, el Santo Cura de Ars decía: «Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina».

1.2. La misión del sacerdote
La misión del sacerdote deriva de su propia identidad. Así, ejerce públicamente el oficio sacerdotal en nombre de Cristo, el Buen Pastor, para llevar a los hombres a Dios y traer a Dios hasta los hombres (cfr. Hb 5,1). El sacerdocio, conferido inicialmente a los Apóstoles continúa en la Iglesia a través de sus Sucesores que son los Obispos, y en grado subordinado, los Presbíteros, constituidos cooperadores del Orden Episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo. El sacerdote está llamado a a glorificar a Dios y servir a los hombres mediante la oración y la adoración, la predicación de la Palabra, ofreciendo el sacrificio eucarístico, administrando los demás sacramentos y dedicándose a otros ministerios para el bien de los hombres. De esta manera, participa de modo peculiar de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su Cuerpo. El sacerdote está ordenado no sólo para la Iglesia Particular, sino también para la Iglesia Universal, en comunión con el Obispo, “con Pedro y bajo Pedro”. Cuenta para ello, con la presencia y el poder del Espíritu, para ejercitar su ministerio y vivir la caridad pastoral como don total de sí mismo para la salvación de los propios hermanos, cumplir su misión profética de anunciar y explicar, con autoridad, la Palabra de Dios, y guiar la comunidad que le fue confiada y mantenerla en la unidad querida por el Señor. El sacerdote está, por tanto, “en la Iglesia” y “ante la Iglesia”, por lo que debe amar a la Iglesia como Cristo la ha amado, consagrando a ella todas sus energías y donándose con caridad pastoral hasta dar cotidianamente la propia vida.

1.3. El sacerdote, discípulo y misionero para la comunión
La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, hay que tener presente que Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera de todo aislamiento y nos lleva a la comunión. Obispos y Sacerdotes viven en comunión, basándose en el don del Espíritu Santo. Al celebrar la Eucaristía, realizan la comunión de la Iglesia que se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, su expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión (cfr. Documento de Aparecida, 158).

III.           Compromisos del Año Sacerdotal
1. Este Año Sacerdotal es para nosotros un tiempo oportuno de gracia, como un don de Dios que envuelve a la Iglesia Universal. El lema del Año Sacerdotal: “fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” nos compromete como Obispos, Presbíteros y diáconos a llevar una vida que nos identifique más plenamente con Aquél que es la fuente y origen de nuestra vocación sacerdotal.
2. Ante los desafíos que provienen del mundo y ponen en crisis la identidad sacerdotal, reafirmamos nuestra pertenencia a Cristo y la necesidad de recurrir a la Palabra de Dios, a los sacramentos de la Penitencia, y de la Eucaristía, bien celebrada cada día.
3. Valoremos el don del sacerdocio como una excelsa elección hecha por Nuestro Señor Jesucristo. Esto nos compete como Pueblo de Dios en camino hacia el Padre. Invitamos a las comunidades cristianas que tengan la sabiduría de acompañar a sus sacerdotes con el afecto, el respeto y la estima además de las oraciones y sacrificios que deben ofrecerse por la santificación de ellos cada día.
4. Seamos coherentes con una auténtica espiritualidad sacerdotal de tal modo que nuestro pueblo se enriquezca con la fuerza de la unción sacerdotal. Nuestro estilo de vida sacerdotal nos exige templanza y sobriedad en todos los aspectos de nuestra vida diaria.
5. La dimensión misionera de nuestra vida sacerdotal supone una adhesión absoluta a la tradición de la Iglesia Apostólica, adoptando el nuevo estilo de vida inaugurado por Jesús y hecho propio por los Apóstoles. En otras palabras, seamos auténticamente misioneros de Jesucristo.
6. Vivamos en comunión, Obispos, sacerdotes, diáconos y Pueblo de Dios como signo del Reino de Dios que ha comenzado por el anuncio de la Buena Nueva  que llama a una constante conversión. Cultivemos cada vez más en nuestras Iglesias Particulares la fraternidad sacerdotal entre todos nosotros y la solidaridad para con los sacerdotes necesitados.
7. Fortalezcamos la misión de la familia, Iglesia doméstica, como fuente de toda vocación sacerdotal promoviendo el testimonio de una fe viva, y la unidad entre sus miembros por medio del amor y del servicio hacia los demás.
8. Toda vocación es fruto de la oración de la familia cristiana y de la comunidad eclesial que ruega al Señor que envíe obreros a su mies. Por lo tanto, este Año Sacerdotal es un momento propicio para renovar nuestra oración personal, comunitaria y sobre todo eucarística, por las vocaciones.
9. La Misión Continental permanente que renueva con espíritu misionero a toda la Iglesia compromete especialmente a los laicos junto con los sacerdotes, diáconos y religiosos a impulsar con esperanza y ardor apostólico este gran emprendimiento eclesial para que nuestros pueblos en Jesucristo tengan vida.

Conclusión
Al finalizar nuestra Asamblea los Obispos renovamos nuestro aprecio sincero y perseverante hacia nuestros queridos hermanos sacerdotes. Renovamos nuestra esperanza de continuar “remando mar adentro”, con Jesucristo para llevar a cabo la evangelización de nuestros pueblos, como auténticos discípulos misioneros que viven en comunión con Dios y con los hermanos. Con la esperanza de «reavivar el carisma, que recibieron de Dios por la imposición de las manos» (cf. 2 Tim 1,6), que sirva a una configuración cada vez más plena con Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote, les impartimos nuestra Bendición, encomendando nuestro ministerio a la protección de San Roque González de Santa Cruz y de María Santísima, Madre de los Sacerdotes.

Asunción 6 de noviembre de 2009
Firman los Obispos del Paraguay


Carta de los Obispos del Episcopado Dominicano
a los Sacerdotes con motivo del Año Sacerdotal
2009-2010


“El Sacerdote: Elegido, llamado, consagrado y enviado”



Conferencia del Episcopado Dominicano





21 de Enero de 2010



Introducción


1. Ya se ha hecho costumbre y hasta hermosa tradición el que dirijamos una Carta Pastoral al pueblo dominicano, al inicio de cada año, en la solemnidad de la Virgen Nuestra Señora de La Altagracia, Madre Protectora de nuestro pueblo, con la finalidad de desearle paz y felicidad y a la vez compartir una reflexión que marque la vivencia del año.

2. La Carta Pastoral este año está dedicada de manera muy especial a una reflexión sobre el sacerdocio, acogiendo la propuesta que nos ha hecho el Papa Benedicto XVI, quien convocó un Año Sacerdotal (19 de junio 2009 – 11 junio 2010), con motivo de los 150 años de la partida al reino celestial del Padre Juan María Vianney (Santo Cura de Ars), Patrono de todos los sacerdotes, de gran testimonio y vida ejemplar como pastor.

3. El Papa Benedicto XVI nos propone como objetivo “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” [1] precisamente cuando el lema de este año en el Plan Nacional de Pastoral es Con Cristo en comunidad, cambiemos la sociedad, en que el sacerdote es llamado a profundizar la vivencia de su misión como un servicio a la comunidad [2] y convertirse él mismo en un servidor de la comunión [3] . El sacerdote, pues, a imagen del Buen Pastor “está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades” [4]

4. El Papa, con gran unción, parte del hermoso ideal del Santo Cura de Ars, quien afirma: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” [5],  para de inmediato reconocer que el don del sacerdocio no es sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad. El Santo Padre nos dice en dicha carta: “¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de amigos de Cristo, por ser elegidos y enviados por él?” [6]; y continua diciendo: “¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de su sangre?” [7].

5. Esa hermosa manera con la que el Papa describe al sacerdote como regalo de Dios para la Iglesia y para la sociedad, la ha entendido muy bien nuestro pueblo dominicano, que se siente tan cercano a sus obispos y a sus sacerdotes, y que tiene una valoración tan alta de ellos, que los acoge con sinceridad y con gratitud.

6. Aprovechamos esta ocasión para exhortar a todos los sacerdotes a mantenerse firmes, entusiastas y abnegados, sirviendo con generosidad al pueblo dominicano. Queremos aprovechar también para reflexionar con nuestros fieles y con los hombres y mujeres de buena voluntad, sobre la esencia y la misión del sacerdote en nuestra sociedad.

I.                  Esencia y Misión del Sacerdote: elegido, llamado, consagrado y enviado.

7.  El sacerdote es una realidad presente, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, ya que entre ambos hay una continuidad y el primero es una preparación del segundo.  Encontramos en toda la Sagrada Escritura cuatro elementos fundamentales de la institución del sacerdocio.

a)      Es una persona elegida por Dios.

8. Toda vida humana es una elección divina. De ahí su valor absoluto insustituible y su alta dignidad. Es Dios quien nos elige desde antes de estar en el vientre de nuestra madre (Cfr Jer 1, 5). De esta elección participamos todos. En el Nuevo Testamento aparece el sacerdocio común o bautismal de los cristianos, como participación real en el sacerdocio de Cristo, que constituye una propiedad esencial del Nuevo Pueblo de Dios: “Ustedes son linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad” (1 Pe 2, 9). El Apocalipsis nos dice igualmente: “nos ha hecho estirpe real, sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1, 6); o bien “Los hiciste un reino de sacerdotes para nuestro Dios” (Ap 5, 10), “... serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él” (Ap 20, 6). Estos pasajes nos recuerdan lo dicho en el Éxodo: “Entre todos los pueblos... ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19, 5-6). En este sentido, el Documento de Aparecida [8] señala la estrecha relación que existe entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, donde “cada uno, aunque de manera cualitativamente distinta, participa del único sacerdocio de Cristo” .

b)      Es una persona llamada por Dios

9. De ese sacerdocio común Jesús llamó a los Doce, constituyendo el sacerdocio ministerial. El Evangelista Marcos describe esa llamada así: “Subió al monte y llamó a los que él quiso... Instituyó Doce, para que estuvieran con él” (Mc 3, 13-14). Nadie se apropia esta llamada. Es una elección divina. De ahí su valor fundamental para la comunidad. Es Dios quien llama. A la persona le toca responder. No se elige por cualidades humanas, sino por pura voluntad divina. De aquí que “el sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un delegado o sólo [9] un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu y por su unión con Cristo-cabeza” . El sacerdote es, por tanto, un ser humano sacado de entre los hombres, por pura iniciativa divina: “Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer sacrificios por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón” (Heb 5, 1-4).

c)      Es una persona consagrada para Dios

10. En la Biblia se usa el término “consagración” para hacer referencia a la pertenencia total y absoluta a Dios de una cosa o de una persona. Por el sacramento del Orden el consagrado es propiedad exclusiva de Dios. En este sentido se debe entender el mismo celibato sacerdotal. El Documento de Aparecida enfatiza que el “sacerdote o presbítero es invitado a valorar, como un don de Dios, el celibato que le posibilita una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo y lo hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso” [10]. El celibato sacerdotal debe, pues, valorarse como una entrega total a Dios y una donación incondicional a la humanidad. Sólo así se entiende el celibato y sólo así es valorado por la Iglesia. Son llamados al sacerdocio aquellos que han hecho una experiencia profunda de Dios, la que los capacita para hacer una donación total de sí por la causa del Reino y han sido elegidos por la Iglesia después de un adecuado discernimiento sobre si tienen el carisma del celibato.

11. Los sacerdotes, habilitados por el carácter y por la gracia sacramental del Orden, se consagran voluntariamente al servicio de todos en la Iglesia. Así podemos afirmar que el sacerdocio de Cristo, después de la resurrección y por medio del Espíritu Santo, se hace presente en la Iglesia por el ministerio de los apóstoles. El mismo San Pablo le otorga a su ministerio de predicación un sentido sacrificial, litúrgico- sacerdotal, una diaconía al servicio de la Iglesia, ya que él cumple la misión que se le ha otorgado (Cfr 1 Cor 9, 17).

12. El Apóstol Pablo tiene conciencia de haber sido llamado por la gracia de Cristo, para anunciar el Evangelio a los gentiles (Cfr Gál 1, 11-16), de haber recibido el ministerio de lo alto mediante una llamada particular. Por eso no se acobarda en el empeño de desgastarse en beneficio de aquellos que le han sido encomendado (Cfr 2 Cor 12, 15).

13. De todo eso nos queda muy claro que el sacerdote es segregado y consagrado a la obra del Señor (Cfr Heb 5, 1) .[11] Esa es su esencia y su naturaleza, lo cual significa que el sacerdocio no es un asunto meramente humano, tampoco es un gusto o elección personal, sino una llamada de parte del Señor para
“ser instrumento vivo de él” [12].

d)     Es una persona enviada por Dios

14. Esa consagración tiene, naturalmente, una finalidad: convertirse como Cristo en “pastor”. El sacerdote está llamado a “ser pastor” (Cfr Heb 11, 20; Jn 2, 1-15); eso quiere decir, realizar la misión de Cristo en el Pueblo de Dios, que es evangelizar, guiar, conducir y santificar a la gente para que se vaya haciendo visible el Reino de Dios.

15. La identidad sacerdotal viene de la voluntad divina en favor de la salvación. Cuando hablamos de la identidad sacerdotal nos referimos a su “configuración con Cristo”. Esa identidad o configuración con Jesús la hace el sacerdote a través de tres elementos fundamentales:

a)      Por la palabra, por eso se le pide que sea: Un hombre de palabra (responsabilidad y honradez), de la palabra (actitud profética) y ante la palabra (dejarse interpelar por ella).
b)    Por el culto en la sagrada liturgia, y así él es: Un hombre de la Eucaristía, de la reconciliación y de oración.
c)     Por la caridad pastoral o misión, por la que debe ser un hombre para guiar y dar participación, para vivir en comunión con los obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas, laicos y con todos los seres humanos. Debe estar al servicio de todos, especialmente de los pobres.

16. La misión propia del sacerdote es la misma de Cristo: conducir los seres humanos hacia Dios, es decir, ser puente entre Dios y los hombres y entre los hombres y Dios. Por eso el Documento de Aparecida destaca la necesidad que siente el pueblo de Dios “de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda
experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración; de presbíteros misioneros movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad” [13]

II.               Aportes de sacerdotes a nuestra identidad dominicana

17. Es aleccionador y muy significativo saber que desde el dramático encuentro de las tres culturas: la indígena, la española y la africana, la figura del sacerdote, a pesar de sus debilidades, siempre ha estado presente a lo largo de nuestra accidentada historia. Los sacerdotes se destacan, a lo largo de los siglos, por su indiscutible amor y dedicación a la Iglesia y a la Patria.

18. Desde la primera misa, oficiada en La Isabela el 6 de enero de 1494, son varios los hechos que convierten a La Española en cuna de la evangelización de América. Dentro de ellos debemos mencionar la labor misionera de los dominicos que, justamente ahora cumplen 500 años de su llegada a esta tierra. Es reconocida la obra educativa y evangelizadora de la comunidad dominica, y particularmente la defensa de los indios, quienes sufrían horrible opresión [14]. Así se agigantaron las figuras de Fray Pedro de Córdova y Fray Antón de Montesinos. Al pronunciar este último, con el total consentimiento y apoyo de su comunidad dominica, el famoso Sermón de Adviento, escenificó uno de los episodios más hermosos y conmovedores de nuestra historia en procura de la defensa de los derechos humanos.

19. Dicho Sermón del 21 de diciembre de 1511 repercutió en la Corte Española de entonces, creándose leyes a favor de los indios, marcó un hito en la historia de la defensa de los derechos humanos y aún resuena hoy como una admonición, siempre presente, para todos los opresores del ser humano. El intrépido Montesinos comenzó identificándose con Juan el Bautista al decir “yo soy la voz que grita en el desierto”, [15]frente a la conducta y la insensibilidad de algunos españoles; y con voz fuerte y profética les decía: “¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?” . La reacción de las autoridades locales a este pronunciamiento fue adversa, contrastando con la firmeza de la Comunidad de los Dominicos, que decidió repetir el mismo Sermón el domingo siguiente.

20. También es digno de mención para esa época Fray Bartolomé de Las Casas, otro dominico, que siendo primeramente encomendero, en el 1514 renuncia públicamente a sus posesiones y se dedica a promover la justicia en favor de los indios. Son muy bien conocidas sus apasionadas Cartas al Consejo de Indias, denunciando el trato despiadado a los nativos.

21 Más recientemente se han destacado otros connotados sacerdotes dominicos, tal como el Padre Vicente Rubio. Como una evidencia de esa gran labor, tenemos la hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo, Primada de América y la obra de mayor prestigio de los dominicos.

22. Esa misma titánica labor la reconocemos en otros sacerdotes misioneros de otras comunidades religiosas, quienes desde el inicio de la evangelización en esta tierra quisqueyana, han tenido un papel estelar en nuestra sociedad. Como muestra de lo que decimos, ahí está todo el trabajo evangelizador de los Padres Franciscanos Menores y Franciscanos Capuchinos, quienes han tenido figuras sacerdotales muy relevantes y marcaban la diferencia con los colonizadores; hasta los mismos indios reconocían su caridad hacia ellos.

23. Digno de mención es también el protagonismo, que casi desde el inicio de la evangelización han tenido y tienen, los Padres Jesuitas; desde el comienzo de su labor apostólica fundaron el Colegio Gorjón, como una primicia de su gran aporte a la educación. Se destacan, además, por su labor social y misionera a lo largo de nuestra historia.

24. Como muestra en estos últimos tiempos, señalamos al Padre Luis Mendía, en la frontera Noroeste; al Padre Ramón Dubert, en la línea Noroeste, pero sobre todo en Santiago. Los Padres Constantino García y Antonio Sánchez en el campo de la misión popular; los Padres Wenceslao García y Cipriano Cavero desde el Santo Cerro con su fundación de Radio Santa María; los Padres Juan Montalvo, Jesús Veiga, Mateo Andrés, Carlos Benavides y José Luis Alemán en la educación; o bien, los Padres Julio Cicero y Cipriano Quevedo con sus aportes a las ciencias naturales y a la cuestión social,  respectivamente.

25. No podemos dejar pasar por alto a los Misioneros Canadienses de Scarboro con sacerdotes de la talla del Padre John Harvey Steele (Padre Pablo), fundador del Movimiento Cooperativista en la República Dominicana; o bien entre otros muchos, la figura del siempre recordado Padre Luis Quinn, cuya labor social y pastoral traspasó las fronteras de San José de Ocoa, comunidad a la que se entregó de cuerpo y alma.

26. Desde Canadá también llegaron los Misioneros del Sagrado Corazón, quienes se han encarnado muy significativamente en nuestro País. Tenemos de ellos testigos muy cualificados en el campo de la pastoral y la espiritualidad. Basta citar sólo tres de esta valiosa legión de misioneros: los Padres  Cipriano Fortín, Santiago Godbout y Emiliano Tardiff.

27. Si nos aproximamos a la labor de los sacerdotes diocesanos, nos encontramos con auténticos pastores, cuyo testimonio es de gran trascendencia. Tomemos, como ejemplo, al Padre Francisco Xavier Billini y su amor a los más pobres, para los cuales fundó varias obras. Entre los muchos sacerdotes que constantemente se hacen presentes con su palabra y con su acción en defensa de la dignidad y el bien de la patria, cabe destacar las figuras de los Padres Fernando Arturo de Meriño,
Gaspar Hernández y Adolfo Alejandro Nouel.

28. Digno de reconocimiento es el Padre Ángel Ayala, natural de Soto, La Vega, quien terminó el Santuario del Cristo de los Milagros de Bayaguana, y luego pasó 59 años en San Cristóbal, siendo uno de los fundadores de esa comunidad. Fue, además, uno de los constituyentes de la Constitución de San Cristóbal (6 de noviembre 1844), junto a otros sacerdotes[16]. No podemos dejar de hacer mención, del Padre Francisco Fantino Falco, por su labor de catequesis desde el Santo Cerro; su testimonio y labor evangelizadora perduran hasta hoy. Posteriormente, Monseñor Eliseo Pérez Sánchez, modelo de humildad y entrega, no sólo a los pobres y a su vocación, sino también a la Patria en sus momentos más cruciales. Participó con mucho esmero y devoción mariana, en la Comisión Nacional Pro-construcción de la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia. Recordamos también, a los Padres Luis Federico Henríquez y Juan Francisco Brea, especialmente por su labor en San Francisco de Macorís; insignes pastores, educadores y servidores de los pobres.

29. Por demás, son muchísimos los sacerdotes de congregaciones, órdenes e institutos seculares, que cada día van sembrando paz, justicia social, comunión, desarrollo, integración, ya sea en la pastoral social, educativa, cultural, religiosa o familiar. Su testimonio y sus aportes, de gran trascendencia, hacen posible que la Iglesia Católica sea tan valorada en la sociedad dominicana.

30. Y si nos aproximamos a nuestros obispos, que ya partieron a la casa del Padre o a los que son eméritos, tendríamos mucho que decir de su incidencia y de sus grandes aportes a la Iglesia y a la sociedad dominicana.

31. Todavía está fresca en la conciencia nacional la postura firme y valiente de Mons. Francisco Panal, Obispo de La Vega, y de Mons. Tomás O’Reilly, Obispo de San Juan de la Maguana, en su enfrentamiento con la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Ambos, junto con la Carta Pastoral de la Conferencia del Episcopado Dominicano en el 1960, contribuyeron a la caída de aquella férrea dictadura.

32. Cabe destacar muy merecidamente al primer Cardenal dominicano, Monseñor Octavio Antonio Beras Rojas, quien sirvió con esmero por muchos años a esta grey, impulsando significativamente el crecimiento de la Iglesia Católica en la República Dominicana.

33. Pensemos en Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito, un hombre visionario, cuyas huellas están ahí muy visibles. Como muestra podemos señalar que fue promotor y primer Rector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, institución creada por la Conferencia del Episcopado Dominicano.

34. ¡Quién puede olvidar el testimonio de Mons. Juan Félix Pepén, en defensa de los campesinos y de la región Este! Y si nos trasladamos al Cibao allí encontramos a Mons. Juan Antonio Flores Santana, cuya autoridad evangélica trasciende el ámbito eclesial; un hombre emprendedor, que promovió la catequesis, luchó por la promoción humana, la educación superior y el fomento de las vocaciones.

35. Son conocidos por todo el país los aportes del recién fallecido Mons. Roque Antonio Adames Rodríguez, una persona innovadora y de gran visión, que supo redescubrir el valor de los diáconos permanentes y de los presidentes de asamblea, llamados también, “animadores de asamblea”. Hay que mencionar, además, su labor en el campo de la cultura, de la educación y del medio ambiente, siendo el Plan Sierra el mejor ejemplo en este campo. Pero también reconocemos la vida y la obra de otros obispos nuestros, como Mons. Ronald O’Connors, Fabio Mamerto Rivas y Jerónimo Tomás Abreu, cuya labor en la región sur y noroeste ha sido tan preponderante para el desarrollo, la promoción humana y la evangelización.

36. Nuestra sincera gratitud a Mons. Francisco José Arnáiz, S.J., por sus muchos años dedicado a la formación sacerdotal como Rector y Profesor del Seminario Santo Tomás de Aquino, por su ponderada labor en el campo de la reflexión cultural y teológica y como Obispo Auxiliar y Secretario por muchos años de la Conferencia del Episcopado Dominicano.

III.           Qué esperamos de este año sacerdotal

37. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se tuvo en Aparecida, Brasil, al analizar la realidad socio – económica, cultural y religiosa de nuestros pueblos, llega a la conclusión de que estamos en “un cambio de época” ,[17] cuyo nivel más profundo es el cultural[18] .

38. La realidad, marcada por grandes cambios de alcance global, impacta de un modo medular “la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión” ;[19] que a la vez “ha traído aparejada una crisis de sentido” [20].

39. Esto se manifiesta de un modo particular en el enraizamiento de un creciente individualismo que debilita los vínculos comunitarios y que lleva a dejar “de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos” [21], que afecta de un modo especial a la familia.

40. La “dictadura del relativismo”, tal como la llama el Papa Benedicto XVI, va creando un nuevo tipo de mentalidad que se expresa en el afán de dinero y de poder; en el pragmatismo y el consumismo, y de una economía de mercado que sólo ha servido para excluir a millones de personas, aumentando “la brecha entre los ricos y los pobres” [22]; y todo eso ha ido debilitando los valores humanos, familiares, sociales, éticos y morales, generando a la vez inseguridad, delincuencia, violencia, crimen y corrupción [23], que amenazan la sana convivencia y la identidad de nuestra sociedad.

41. A todo eso tenemos que añadir el flagelo de la drogadicción que parece arroparnos y la crisis familiar [24] que es lo más preocupante “en este cambio de época”. También, cabe mencionar el comportamiento amoral de los partidos políticos, que apartándose de los principios ideológicos, se han convertido en una maquinaria de oferta y demanda clientelar, generando un clima de corrupción jamás observado en nuestro país y que pone en peligro la existencia misma de los partidos.

42. Frente a todo ese desequilibrio de la sociedad dominicana, se impone la presencia generosa y el testimonio fecundo de los sacerdotes, conscientes de que, como decía el Papa Benedicto XVI a los obispos brasileños en su visita “ad limina”, “la presencia del sacerdote es insustituible”; ya que “la Iglesia es sobre la tierra una comunidad sacerdotal estructurada orgánicamente como Cuerpo de Cristo, para desempeñar eficazmente, unida a su Cabeza, su misión histórica de salvación” (Cfr 1 Cor 12, 27). Pero además, el Papa hace una hermosa exhortación a los laicos, para que se vuelvan más conscientes de sus responsabilidades en la Iglesia y así, junto a los sacerdotes como testigos de la autenticidad de la fe y dispensadores de la “multiforme gracia del Señor”, contribuyan todos a la salvación.

43. Lo dicho anteriormente nos introduce en el sentido de este Año Sacerdotal como una hermosa oportunidad para robustecer la comunión y la corresponsabilidad entre los presbíteros y los obispos, y de éstos a la vez con los laicos para que “cada uno con el don que ha recibido se ponga al servicio de los demás” (1 Pe 4, 10), como recomienda San Pedro, y de ese modo ir haciendo visible la presencia del Reino de Dios.

44. En este sentido, el Año Sacerdotal debe servir para fortalecer el ministerio presbiteral, para que así realicemos nuestra misión con mayor eficacia y con una actitud alegre, gozosa y de gratitud, por haber recibido esta llamada, que siempre será un privilegio y que sobrepasa toda expectativa humana.

45. Esto será posible si logramos tener una experiencia del encuentro con Jesús, vale decir, una profunda madurez espiritual, que abarque las cinco dimensiones esenciales: a) Cristológica (Cristo, Buen Pastor), b) Eclesiológica (comunión con el Papa, los obispos, el presbiterio, los laicos y la comunidad local), c) Pneumatológica (el Espíritu Santo Santificador), d) Mariana (maternidad espiritual de María), y e) Sacramental (lugar de encuentro con las demás dimensiones).

46. La espiritualidad del encuentro con Cristo fue la que marcó al Santo Cura de Ars y la que tiene que animar a todo sacerdote hoy, para que así nos convirtamos en instrumentos vivos de la gracia del Señor. Esta espiritualidad debe cultivarse en una actitud de confianza, de fe, de fidelidad, a imitación de Jesús, Siervo sufriente de Dios, que “aprendió obedeciendo” (Heb 5,8).

47. Qué atinado ha sido el dedicar este año al sacerdote en el 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, que fue y siempre será un modelo y un paradigma para cualquier consagrado que sienta fascinación por el Reino de Dios; y además porque nos inspira a vivir intensamente todos los elementos esenciales de nuestra vida y misión, como son: la vida de oración y de confianza en el Señor, la caridad y el amor fraterno, en especial, hacia los más pobres y necesitados. Todo esto nos capacita para poder dar un testimonio de servicio a los demás y así confirmar aquello en lo que tanto insistió Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio” [25]

48. Deseamos que este Año Sacerdotal sirva no sólo para los sacerdotes, sino también para todos los laicos del pueblo de Dios, para que todos fortalezcamos nuestra vocación y misión de llevar a Cristo a cada dominicano, a cada familia y a toda la sociedad.

49. Agradecemos a Dios que nuestros sacerdotes, renunciando a la posibilidad de tener una familia propia, aceptan con alegría dedicar su vida al servicio del pueblo de Dios. Son hombres de trabajo, con una sólida formación académica y un profundo sentido social, con una actitud de desprendimiento y una vida austera.

50. Reconocemos la presencia cercana de los sacerdotes a las comunidades más alejadas y abandonadas, donde no solamente están con las personas para escucharles, sino también  involucrándose con ellas en la búsqueda de soluciones a sus múltiples problemas y necesidades. El sacerdote, semana tras semana y mes tras mes está ahí cercano a la gente, con frecuentes visitas a los campos y barrios, sin importar días de lluvia o de sol, acompañando, educando, promoviendo y formando en la fe. Vaya nuestro agradecimiento de padres, amigos y pastores, por su fidelidad y amor a Cristo y a su Iglesia, expresado en el servicio a tantas personas necesitadas.

51. Hacemos nuestro el sentimiento del Papa, cuando nos dice: “pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio:
¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre?” [26].

52. Invitamos a nuestros sacerdotes a no desfallecer ante el mundo y mantener en alto la frente, a pesar de que nos reconocemos débiles, pero con una conciencia clara de que todo lo podemos en Aquel que nos conforta (Cfr Fil 4, 13). No nos descuidemos en la formación permanente, ya que los tiempos actuales exigen cada vez más una mejor actualización y, sobre todo, sigamos ahondando en el misterio de la experiencia de Dios. Hagamos cada vez más sólida nuestra vida sacerdotal, cimentándola en la oración, la meditación asidua de la Palabra de Dios y la vida sacramental.

53. Exhortamos a nuestros laicos a amar y apoyar nuestros sacerdotes, a orar por ellos, ya que siendo hombres como todos los demás, muchas veces sienten desaliento, soledad y tentación. Ellos y nosotros necesitamos de sus oraciones, de su amor, de su comprensión y de su perdón, para permanecer fieles y poder perseverar en tan alta responsabilidad encomendada por el Señor a nuestros débiles hombros. Somos conscientes de que el mundo a menudo no nos entiende, pero sí nos necesita.

54. Al final de nuestra Carta Pastoral, en solidaridad con nuestros hermanos de Haïti, no queremos pasar por alto la tragedia acaecida en este país, el pasado 12 de enero del presente año, donde perdieron la vida miles de nuestros hermanos haitianos, dominicanos y de otras nacionalidades, entre ellos, el Arzobispo de Puerto Príncipe Mons. Joseph Serge Miot, y muchos sacerdotes, religiosos(as) y seminaristas.

55. Lamentamos esta difícil situación del pueblo haitiano y nos solidarizamos con ellos, tanto por medio de la oración que es nuestra fortaleza, como por medio de la ayuda material porque la fe sin obra es vana (Cfr Sant 2, 14-26.). En este sentido, como Conferencia del Episcopado Dominicano, hacemos un llamado, tanto a la comunidad nacional, como internacional para que salgamos todos en auxilio del vecino país, el más pobre del Continente. Ante una cultura de derroche y de confort por la que atraviesa el mundo actual, la misma naturaleza nos hace abrir los ojos ante la extrema pobreza que viven hoy muchos hermanos nuestros. Exhortamos a nuestros fieles y a todas las personas de buena voluntad a seguir realizando gestos de solidaridad con acciones continuadas, que podrían ir desde la oración por los fallecidos y afectados, hasta la donación de alimentos, medicamentos, aportes efectivos y también el acompañamiento directo a las familias desamparadas.

Conclusión

56. Queremos terminar esta exhortación haciendo nuestra la parte final de la Carta de convocación al Año Sacerdotal del Papa Benedicto XVI, cuando nos dice:

57. “Confío este Año Sacerdotal a la Santísima Virgen María, pidiéndole que suscite en cada presbítero un generoso y renovado impulso de los ideales de total donación a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la tarea del Santo Cura de Ars. Con su ferviente vida de oración y su apasionado amor a Jesús crucificado, Juan María Vianney alimentó su entrega cotidiana sin reservas a Dios y a la Iglesia. Que su ejemplo fomente en los sacerdotes el testimonio de unidad con el Obispo, entre ellos y con los laicos, tan necesario hoy como siempre. A pesar del mal que hay en el mundo, conservan siempre su actualidad las palabras de Cristo a sus discípulos en el Cenáculo: “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). La fe en el Maestro divino nos da la fuerza para mirar con confianza el futuro. Queridos sacerdotes, Cristo cuenta con vosotros. A ejemplo del Santo Cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz” [27].

Les bendicen,

+ Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez,
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Primado de
América, Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano

+ Ramón Benito De La Rosa y Carpio,
Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros

+ Juan Antonio Flores Santana,
Arzobispo Emérito

+ Fabio Mamerto Rivas, S.D.B.,
Obispo Emérito

+ Jesús María de Jesús Moya,
Obispo de San Francisco de Macorís

+ Jerónimo Tomás Abreu Herrera,
Obispo Emérito

+ Francisco José Arnaiz, S.J.,
Obispo Auxiliar Emérito

+ José Dolores Grullón Estrella,
Obispo de San Juan de la Maguana

+ Antonio Camilo González,
Obispo de La Vega

+ Amancio Escapa Aparicio, O.C.D.,
Obispo Auxiliar del Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo

+ Pablo Cedano Cedano,
Obispo Auxiliar del Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo

+ Gregorio Nicanor Peña Rodríguez,
Obispo de la Altagracia, Higüey

+ Francisco Ozoria Acosta,
Obispo de San Pedro de Macorís

+ Freddy Antonio Bretón Martínez,
Obispo de Baní

+ Rafael Leonidas Felipe Núñez,
Obispo de Barahona

+ Diómedes Espinal de León,
Obispo de Mao-Montecristi

+ Julio César Corniel Amaro,
Obispo de Puerto Plata

+ Valentín Reynoso Hidalgo, M.S.C.,
Obispo Auxiliar del Arzobispo Metropolitano de Santiago de
los Caballeros




[1] Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI para la convocación de un Año Sacerdotal, con ocasión del 150 aniversario del dies Natalis de Santo Cura de Ars, 2.
[2] Cfr Documento de Santo Domingo, 70.
[3] Cfr Documento de Santo Domingo, 74.
[4] Documento de Aparecida, 198.
[5] Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI para la convocación de un Año Sacerdotal...., 2.
[6] Ibid, 3.
[7] Ibid, 3.
[8] Documento de Aparecida.
[9] Documento de Aparecida.
[10] Documento de Aparecida, 196.
[11] Cfr Vaticano II, Sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, 3; Juan Pablo II, Pastores Dabo Vobis, 5.
[12] Vaticano II, Sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, 12.
[13] Documento de Aparecida, 199.
[14] Documento de Santo Domingo, Discurso Inaugural del Santo Padre, 4.
[15] Bartolomé de las Casas, Historia de Indias, Lib. III, Cap. 4 y 5.
[16] Como fueron: P. Domingo Antonio Solano, Párroco de Santiago; P. Julián de Aponte, Párroco del Seybo; P. Antonio Gutiérrez, Párroco de Samaná; P. Andrés Rozon, Párroco de Baní; P. Manuel González Bernal, Párroco de Monte Plata y Boyá y Manuel María Valencia, Presidente de la Constituyente y luego ordenado sacerdote.
[17] Documento de Aparecida, 44.
[18] Cfr Documento de Aparecida, 43 y 47.
[19] Documento de Aparecida, 35.
[20] Documento de Aparecida, 37.
[21] Documento de Aparecida, 44.
[22] Cfr Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI, con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2009, 7.
[23] Cfr CED, Mensaje Construyamos la Paz, Erradiquemos la violencia y la inseguridad, 27 febrero 2009, 20 y 21.
[24] Cfr CED, Mensaje Construyamos la Paz, Erradiquemos la violencia y la inseguridad, 27 febrero 2009, 27 y 32.
[25] Evangelii Nuntiandi, 41.
[26] Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI para la convocación de un Año Sacerdotal...,3
[27] Carta del Sumo Pontífice Benedicto XVI para la convocación de un Año Sacerdotal, con ocasión del 150 aniversario del dies Natalis de Santo Cura de Ars, último párrafo.


Carta de los Obispos de Uruguay
a los Sacerdotes con motivo del Año Sacerdotal
2009-2010


“Fidelidad de Cristo, Fidelidad del Sacerdote”


Conferencia Episcopal de Uruguay


 


Abril 2010


Queridos hermanos sacerdotes:

Estamos culminando el año sacerdotal, propuesto por el Papa Benedicto XVI, al cumplirse los 150 años de la muerte de un santo cura de pueblo, San Juan María Vianney, el Cura de Ars, declarado patrono universal de los sacerdotes.

El santo Cura de Ars

Su virtud más peculiar fue vivir con sencillez y coherencia su ser sacerdotal.  Dios y las almas llenaban su corazón de cura bueno, imagen viva del Buen Pastor. Predicaba transmitiendo la verdad del Evangelio, con el sabor que proviene de la oración, afrontando frecuentes adversidades internas y externas.

Visitaba a los enfermos llevando el consuelo más importante que es el amor de Dios, recibía a los pecadores en la confesión, (a la que dedicaba muchas horas diarias), para ofrecer la misericordia tierna y fiel del Padre Dios, siempre cercano a las dolencias del cuerpo y del alma.

La celebración de la Eucaristía era el momento fuerte de cada jornada,  donde se nutría y sacaba alimento para sí y para sus fieles. 
Celebraba los sacramentos, dedicaba tiempo a la catequesis y así caminaba junto a su pueblo.
Profundo en la oración, peleó el buen combate de la fe, asistió a los pobres y huérfanos, con gran sensibilidad por los que sufren.

Su ejemplo y su testimonio nos siguen iluminando e impulsando a renovar nuestra entrega en el ministerio sacerdotal.

Nuestro reconocimiento y gratitud

Al finalizar este año de gracia, queridos sacerdotes, nosotros sus obispos nos dirigimos a ustedes para agradecerles su fidelidad ministerial, animarlos, e invitarlos a renovar la alegría de la fe, la firmeza de la esperanza y el gozo del ministerio recibido. Lo hacemos con gran afecto y gratitud hacia ustedes, con quienes compartimos la hermosa y exigente misión de anunciar el Evangelio a nuestro pueblo, en medio de tantos desafíos.

Comprendemos y compartimos las dificultades y exigencias del tiempo en que vivimos. Somos conscientes de que la mies es mucha y los obreros pocos. Compartimos con ustedes el sentimiento de impotencia cuando las situaciones pastorales son de difícil solución.

Apreciamos su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, su empeño y su fatiga, su dedicación al ministerio y las ansias de su apostolado.

Conocemos también el respeto y reconocimiento que suscita en tantos fieles su desinterés evangélico y su caridad apostólica, su vida espiritual, su coloquio con Dios, su sacrificio con Cristo y sus ansias de contemplación en medio de la actividad.

Damos gracias al Señor porque siguen con la mano puesta en el arado, a pesar de la dureza de la tierra y de la inclemencia del tiempo.
Nos sentimos impulsados por cada uno de ustedes a repetir las palabras del Señor en el Apocalipsis: “Conozco tus obras, tu trabajo y tu paciencia” (Ap. 2,2).
Reconocemos y admiramos la entrega fiel y generosa de la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes. Nos sentimos especialmente cercanos a quienes atraviesan momentos de tribulación, o viven su ministerio en situaciones de particular exigencia: periferias urbanas y rurales, soledad, enfermedad, desgaste y rutina de la acción pastoral, incomprensión y desaliento. Deseamos que sientan nuestra cercanía, y sepan confiarnos su corazón con ánimo filial.

La crisis actual

La profunda crisis que estamos viviendo potencia los cuestionamientos morales.  Nos duele la incoherencia y el pecado de quienes han defraudado a Dios y al pueblo que se les encomendó apacentar. Esto nos mueve a una profunda humildad, a la vez que es un llamado a recorrer el camino de la penitencia y la conversión.

Es una situación que asumimos como comunidad eclesial, con la conciencia que debemos  reparar, con nuestra oración y nuestras obras, el daño y el dolor causado.

También hemos visto en estos últimos años, sin tanto escándalo, pero no sin provocar dolor y sufrimiento, que otros hermanos presbíteros han abandonado el ministerio.

En especial nos preocupan aquellos que, sin llegar a esta dolorosa decisión (de dejar el ministerio), viven, por diversos motivos, una rutina “vacíos” de sentido.

Como obispos nos comprometemos a poner una mayor atención en el discernimiento y selección de los candidatos al ministerio presbiteral.

El don del sacerdocio

En esta carta, como padres, hermanos y amigos, con ustedes damos gracias a Dios por el don inmenso del sacerdocio ministerial que hemos recibido de Jesucristo.

El amor de Dios manifestado en Jesucristo ha llegado a nosotros de manos de la Iglesia, que nos engendró a la fe y nos llamó al ministerio después de un largo, sereno y responsable discernimiento. El mismo amor de Dios se nos sigue manifestando cotidianamente, a través de la comunión presbiteral y del servicio al pueblo santo de Dios, que es la razón de ser de nuestro ministerio.

Sabemos que nuestra vida y ministerio se fundamentan en la relación personal e íntima con Cristo, que nos hace partícipes de su sacerdocio. Esta vinculación  Jesús la sitúa en el campo de la amistad: “ustedes son mis amigos”, nos dice. Fue Cristo que nos eligió como amigos, y es en clave de amistad como entiende nuestro llamado. Conocerle a Él en esta experiencia de amistad, supera todo conocimiento dice S. Pablo (Fil 3, 8-9).

El Santo Padre en la Carta de convocatoria del Año Sacerdotal nos invitaba a “perseverar en nuestra vocación de amigos de Cristo, llamados personalmente, elegidos y enviados por El”.

En efecto, queridos hermanos, el sacerdocio es Misterio de Amor recibido y entregado, actualizado cada día en la celebración eucarística  y en el don generoso de la propia vida.
Sabemos que seguir a Cristo entregándole todo nuestro afecto exige una atención permanente, pequeñas renuncias de cada día, y una disposición al buen combate como lo recuerda el apóstol S. Pablo, teniendo el cinturón de la Verdad, la justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el Evangelio, portando el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la Palabra (cfr. Ef. 6, 14-18).

Renovar el amor primero

Pero  como todo amor humano es vulnerable, “llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2Cor. 4, 7), necesitamos también acoger la invitación del Apóstol a Timoteo: “te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos” (2Tim. 1,6).

Estamos llamados a renovar de un modo especial nuestra vida espiritual, por medio de la oración, del acompañamiento espiritual periódico, frecuentando el sacramento de la reconciliación. 

Ustedes pertenecen a un cuerpo presbiteral, y por lo tanto es importante la amistad y la fraternidad sacerdotal. Esa amistad que sostiene en la entrega y alienta en el compromiso cotidiano. La fraternidad que preserva del individualismo y del aislamiento que matan la vida interior, oscureciendo la capacidad de discernir y encontrar los caminos del Señor.

Renovamos nuestra convicción del don valioso del celibato para nuestro ministerio, carisma que nos une íntimamente con Cristo célibe, y nos hace partícipes de su amor esponsal por la Iglesia.

A la vez los invitamos a renovar el empeño en la pastoral vocacional, sobre todo con el propio testimonio, que suscite en los jóvenes el deseo de la vida sacerdotal.

Mons. Jacinto Vera

En este año sacerdotal queremos recordar al Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera, fundador del clero nacional y protector de los religiosos. Nos ilumina su ejemplo de sacerdote fiel a Cristo y a la Iglesia, hombre de fe y oración, entregado al ministerio parroquial, dedicado a grandes y chicos, con un especialísimo cuidado de los pobres y necesitados, hasta el punto de recibir el título de padre de los pobres. Su santidad brilla iluminando sus grandes cualidades humanas y sacerdotales.

Como celoso prelado de la Iglesia Oriental fue un misionero incansable y un inteligente organizador de la vida eclesial, hasta poder llegar a la fundación de la Diócesis. Su principal preocupación fue la búsqueda de vocaciones y la formación de los sacerdotes, apuntando a tener sacerdotes abnegados y misioneros, virtuosos, ilustrados y apostólicos. También procuró mejorar la moralidad y espiritualidad del clero, proponiendo los Ejercicios Espirituales anuales, enseñando, exhortando y corrigiendo.

Por todo esto queremos dejarnos iluminar por su vida y sus enseñanzas, y lo proponemos a los sacerdotes como ejemplo y estímulo.

Conclusión

Durante este año de gracia hemos recogido el testimonio admirable de S. Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes, en el que tenemos un ejemplo para renovar nuestra fidelidad ministerial. También queremos evocar a tantos sacerdotes, discípulos misioneros del Buen Pastor, que nos han precedido en el ministerio, han sembrado la Palabra de Dios, y han derramado la vida nueva de la redención a lo largo y a lo ancho de nuestra patria. Ellos nos ayudan con su intercesión y nos estimulan con su ejemplo para continuar nuestro camino, y cumplir la misión que recibimos del Señor Jesús.

Encomendamos la vida y el ministerio de cada uno de ustedes a la ternura maternal y la intercesión de María, Virgen de los Treinta y Tres, y los abrazamos con afecto y gratitud.



Mons. Carlos María Collazzi sdb
Obispo de Mercedes
Presidente de la CEU
Mons. Rodolfo Wirz
Obispo de Maldonado-Punta del Este
Vicepresidente de la CEU
Mons. Nicolás Cotugno sdb
Arzobispo de Montevideo
Mons. Pablo Galimberti
Obispo de Salto
Mons. Alberto Sanguinetti
Obispo de Canelones
Mons. Julio Bonino
Obispo de Tacuarembó
Mons. Martín Pérez Scremini
Obispo de Florida
Mons. Rodolfo Wirz
Administrador Apostólico de Minas
Mons. Arturo Fajardo
Obispo de San José de Mayo
Mons. Hermes Garín
Obispo Auxiliar de Canelones
Mons. Milton Tróccoli
Obispo Auxiliar de Montevideo
Mons. Roberto Cáceres
Obispo Emérito de Melo
Mons. Luis del Castillo
Obispo Emérito de Melo
Mons. Raúl Scarrone
Obispo Emérito de Florida
Mons. Orlando Romero
Obispo Emérito de Canelones
Mons. Heriberto Bodeant 
Obispo de Melo
Secretario General de la CEU

Florida, abril de 2010


Carta de los Obispos de Venezuela
 a sus Sacerdotes en ocasión del Año Jubilar Sacerdotal
2009-2010




"Exhortación de la Conferencia Episcopal Venezolana en la XCII Asamblea Plenaria Ordinaria
Vivan en la verdad y el amor de Cristo (Cf Efe 4,15)"


Conferencia Episcopal de Venezuela

 





10 de julio de 2009


1. Los Arzobispos y Obispos de Venezuela, al concluir nuestra nonagésima segunda Asamblea Plenaria Ordinaria, compartimos con toda la Iglesia en Venezuela la experiencia de habernos encontrado en el pasado mes de junio en el centro de la unidad católica, Roma, venerando los sepulcros de San Pedro y San Pablo, y reiterando nuestra comunión con el Vicario de Cristo, el Papa Benedicto XVI; la culminación del Año Paulino, el comienzo del Año Sacerdotal en el contexto de la puesta en práctica del Concilio Plenario de Venezuela y la Misión Continental. VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM







2. Los Arzobispos y Obispos de Venezuela nos trasladamos a Roma donde permanecimos desde el 1° al 19 de junio, con el fin dar razón del trabajo pastoral que juntamente con los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, realizamos en nuestras iglesias particulares, cumplir con el mandato quinquenal de la Visita a los sepulcros de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, mostrar nuestra adhesión y comunión con el sucesor del apóstol Pedro, reconociendo de una manera palpable su jurisdicción universal, dando también cuenta de la disposición de las iglesias particulares  para recibir sugerencias y orientaciones.





3. Durante la visita, que vivimos como un acontecimiento de fe, tuvieron lugar celebraciones litúrgicas, encuentros con el Santo Padre y con 28 organismos de servicio pastoral de la Santa Sede. Celebramos la eucaristía en cada una de las Basílicas Mayores: San Pedro, Santa María la Mayor, San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros. En estas eucaristías concelebraron con nosotros los sacerdotes venezolanos que estudian en Roma y participaron religiosos y laicos de nuestra tierra. Cada uno de los Obispos tuvo un encuentro personal y privado con el Papa para hablar sobre el trabajo pastoral en la propia diócesis. Hemos constatado su cercanía y sencillez y quedamos gratamente impresionados por el conocimiento  que el Santo Padre tiene de Venezuela y de cada una de nuestras iglesias particulares.





4. Uno de los momentos más significativos fue el encuentro con el Santo Padre. En la audiencia general el Presidente de la Conferencia Episcopal dirigió un saludo al Papa, presentándole la situación en la que la Iglesia en Venezuela desarrolla su tarea pastoral y los retos que debe enfrentar. El Santo Padre nos dirigió un discurso en el que alentó a todos los miembros de nuestra Iglesia y a nosotros como pastores a mirar el futuro con confianza en el Señor resucitado, que por medio de su Espíritu, nos fortalece y anima, indicándonos al mismo tiempo algunos aspectos importantes para la labor pastoral en Venezuela.


5. Somos portadores de la bendición y palabras de aliento de Su Santidad en las que nos invita a afrontar nuestra labor pastoral en medio de numerosos retos cada vez más difíciles. El Santo Padre nos animó a cultivar una más estrecha comunión afectiva y efectiva entre nosotros, a prestar una atención especial a los sacerdotes, a tener un particular interés por los seminaristas, y a iluminar y promover la participación de los laicos, llamados a ordenar las realidades temporales de modo que respondan al designio amoroso de Dios. Asimismo nos confió de modo particular a quienes pasan necesidad, fomentando las múltiples iniciativas en servicio de los pobres.


6. La difusión de los más genuinos valores cristianos invita a favorecer la búsqueda del bien común, la convivencia armónica y la estabilidad social. Finalmente, son un acicate a la labor de nuestra iglesia las palabras conclusivas del Papa: "contáis con mi apoyo, solicitud y cercanía espiritual. Y os pido que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras iglesias particulares". Esta Visita ad Limina nos ha fortalecido profundamente en nuestro ministerio episcopal, en la fraternidad episcopal, la comunión con el sucesor de Pedro y el servicio a nuestro pueblo en la defensa y promoción de los derechos humanos fundamentales.


7. Durante esos días visitamos  la Cartuja de la Farneta, en Lucca, Italia, en donde ingresaron con el propósito de ser monjes, primero el Siervo de Dios Dr. José Gregorio Hernández  y posteriormente Mons. Salvador Montes de Oca, caroreño y II Obispo de Valencia, fusilado por el ejército nazi. Fue una vivencia de profunda espiritualidad, que nos estimula a seguir promoviendo la causa de beatificación del Dr. José Gregorio Hernández y a iniciar la de nuestro obispo mártir. DEL AÑO PAULINO AL AÑO SACERDOTAL

8. Al terminar nuestra Visita ad Limina, tuvimos la oportunidad de participar en la apertura del Año Sacerdotal, cuyos límites fijó el Santo Padre entre el 19 de junio de 2009,  Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y el 19 de junio  de 2010. La ocasión de esta celebración es  la conmemoración de los 150 Años de la muerte del sacerdote Juan María Vianney (1789-1859), nacido en Francia  y conocido en el mundo entero como el "Santo Cura de Ars". Es patrono de los párrocos y su memoria se celebra el 4 de agosto. El Año Sacerdotal nace bajo el signo de la continuidad del Año Paulino y de la necesaria profundización en la propia identidad sacerdotal y en la misión como urgencia de nuestro tiempo.

9. Son varios los motivos que presenta el Santo Padre para proclamar este Año: la continua llamada a la conversión   que nos hace el Evangelio a los sacerdotes, y a todos los discípulos de Cristo; la necesidad de promover  la santidad sacerdotal;  el llamado a toda la Iglesia a estimar a los sacerdotes, configurados con Jesucristo, Buen Pastor, continuadores de su misión salvadora; y la debida gratitud al Señor por su trabajo y  testimonio de vida evangélica. Estos motivos identifican con las orientaciones pastorales del documento "Ministros ordenados" del Concilio Plenario, dedicado a los obispos, presbíteros y diáconos.

10. Este año es un tiempo para la renovación del don del sacerdocio que hemos recibido por la imposición de las manos (cf 2Tim 4,5) y para dar a conocer los ejemplos de fidelidad de la mayoría de los sacerdotes a lo largo de los siglos, tanto ayer como hoy. Al mismo tiempo, la Iglesia pide perdón al Señor y a la sociedad por los errores, escándalos e incluso delitos de algunos de sus ministros ordenados.

11. El Año Sacerdotal se orienta también a que todos los fieles tomen conciencia del valor del sacerdocio ministerial.  Entre nosotros tendrá un carácter marcadamente vocacional. El Cardenal Claudio Hummes, Prefecto de la Congregación para el Clero, explica que este año es "una ocasión para un periodo de intensa profundización de la identidad sacerdotal, de la teología sobre el sacerdocio católico y del sentido extraordinario de la vocación y de la misión de los Sacerdotes en la Iglesia y en la sociedad. Para todo eso será necesario organizar encuentros de estudio, jornadas de reflexión, ejercicios espirituales específicos, conferencias y semanas teológicas en nuestras facultades eclesiásticas, además de estudios científicos y sus respectivas publicaciones". EL HOY DE VENEZUELA

12. Durante  esta Asamblea, hemos orado, compartido y reflexionado mucho, conscientes de que la realidad de América Latina y de Venezuela es muy grave. Reafirmamos lo que hemos dicho en ocasiones anteriores  en base a los graves problemas que nos afectan.

13. Nos duele la crisis político social del hermano país de Honduras, pedimos al Señor que el pueblo hondureño encuentre la reconciliación a través del diálogo, la sanación de sus heridas y el camino del proceso democrático, "sin presiones unilaterales de cualquier tipo" (Cf Comunicado de la Conferencia Episcopal hondureña, Edificar desde la crisis), respetando la soberanía de ese país

14. Después del referendo del 15 Febrero de 2009 se ha acelerado la imposición arbitraria y unilateral del proyecto de socialismo del siglo XXI, lo cual irrespeta la voluntad popular, lo señalado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y  la participación real y libre de los ciudadanos. El desconocimiento de las autoridades electas el año pasado, cercenándoles sus atribuciones con cambios legales que violan el texto constitucional, contraría la igualdad que debe reinar entre todos los electos,  quienes tienen los mismos derechos y obligaciones.

15. Hacemos un llamado de alerta para que todos estemos atentos ante la discusión de leyes que afectan ampliamente el ejercicio responsable de la libertad de los ciudadanos, de sus familias, del recto desempeño social; en particular, la de educación, la de equidad e igualdad de género, la de la propiedad social y la que se refiere a la libertad de expresión e información. Para la elaboración de las leyes es necesario consultar a toda la sociedad sin exclusiones. El tema de la propiedad privada, la propiedad social y el papel del Estado en su reglamentación no puede ser objeto de una decisión unilateral. Nos preocupa mucho la celeridad en la discusión de estas leyes en tiempos de vacaciones.

16. Rogamos a la Santísima Virgen, cuya fiesta del Carmen comenzaron a celebrar muchas ciudades y pueblos del país, nos proteja a todos y nos conduzca a la reconciliación y al entendimiento como nación a fin de que podemos trabajar unidos en la verdad y el amor de Cristo.


Con nuestra bendición, los Arzobispos y Obispos de Venezuela

Caracas, 10 de julio de 2009